Como era de prever, la reunión entre Rajoy y Zapatero, fue bastante discreta en cuanto a resultados. Lo único quizá destacable es que ambos partidos se pondrán manos a la obra para la reforma de la ley de cajas. Cosa que, por supuesto, ya ha puesto nervioso a más de uno. Sólo con ver cómo se ha reaccionado desde la FSA –Javier Fernández interpreta que puede ser una posible privatización- se tiene la percepción de que el proceso acabará en nada. Las cajas, hoy por hoy, para ayuntamientos y comunidades son absolutamente intocables. Por decirlo de otra manera: representan instrumentos de poder y no van a dejar que se los quiten aunque los aparatos centrales digan lo contrario. Ahora bien, existe otro poder del Estado que apenas se utiliza: el Banco de España (BE). Cuando yo estudiaba el BE era la máxima autoridad reguladora del sistema financiero. Cualquier banco o caja temblaba antes sus inspecciones y su sola mención producía pánico en las entidades. Personalmente, he visto como incluso las poderosas se ponían nerviosas ante un cliente que iba a denunciar tal o cual práctica en el Banco de España. Dicho en otras palabras: el respeto y temor que se le tenía era casi reverencial.
Sin embargo, todo esto ha cambiado. Ahora el sistema parece mucho más relajado, en ocasiones laxo. Los inspectores del BE aparecen por una entidad piden documentación y luego sus informes acaban en un cajón (véase lo que pasó en Caja Castilla-La Mancha). En los últimos tiempos la actuación del máximo regulador se ha vuelto política: en muchas ocasiones sabe que tiene que intervenir pero pospone su decisión para no crear problemas al gobierno de turno. Toda la función de hacer un ajuste debería ser labor del BE y nadie tendría que discutirla. Desgraciadamente, pasan los meses e incluso entidades intervenidas como Caja Castilla-La Mancha ponen problemas para su absorción. Un mundo financiero de locos…