Es interesante la reflexión que ha hecho la canciller alemana, Angela Merkel, sobre el multiculturalismo en su sociedad. Sostiene que el mismo ha fracasado por una sencilla razón: todavía, desde los años 60, existe un buen número de inmigrantes que ni siquiera saben hablar el idioma. Es decir, no están integrados. En su análisis destaca –tomemos nota- que se consideraba a la inmigración como un fenómeno transitorio. Es más, los «gastarbeiter» eran literalmente «trabajadores invitados» que después de un tiempo regresarían a sus países de origen. Sin embargo, no fue así. Hoy en día la sociedad alemana ya está ocupada por una segunda y tercera generación que, en muchas ocasiones según Merkel, siguen cometiendo los mismos errores que la primera.
Este verano estuve en Berlín. Hacía ya casi 20 años –desde que fui allí estudiante- que no pisaba el país. Y, la verdad, me pareció que estaba en una situación muy distinta de la que viví a finales de los ochenta. Entonces, el fenómeno inmigratorio se encontraba en plena expansión. Especialmente, de trabajadores turcos hacia los cuales, el ciudadano alemán, sentía múltiples recelos. Sin embargo, esta vez, quizá también porque Berlín es una ciudad cosmopolita, me pareció que aquella frontera cultural se había difuminado bastante. No puedo decir que haya desaparecido –a un barrio berlinés le llaman la «pequeña Turquía»-, pero sí es mucho menor de lo que en su día experimenté.
Personalmente, a mí me gusta el modelo norteamericano para la inmigración. Si entendemos a la multiculturalidad europea como la convivencia de diversas culturas, creo que ésta genera en sí sociedades más inestables. De hecho, en el modelo norteamericano todos los inmigrantes acaban aceptando la cultura del país receptor, dejando en segundo término la propia. Algo que aquí, de momento, no hemos conseguido.