Uno. No entiendo las palabras del Papa justo antes de tomar tierra en Santiago. El pontífice vino a decir que, los niveles de anticlericalismo en la España actual, son similares a los que tuvieron lugar durante la Segunda República. Hombre, la verdad, parece una hipérbole bastante desafortunada. Ahora mismo, que yo sepa, ni se queman iglesias, ni se persigue a ningún religioso. Si toda comparación es odiosa, en fin, quizá esa más y podría habérsela ahorrado.
Dos. Yo creo que Zapatero tuvo fácil el no verse involucrado en la polémica: con programar su agenda al revés, hubiera tenido bastante. Si recibe a Benedicto XVI a pie de avión, está en los actos de Santiago y, después, se marcha a Afganistán el domingo; nadie le hubiera dicho nada. Sin embargo, hizo justo lo contrario. David Cameron, primer ministro de Reino Unido, estuvo presente en la visita del Papa junto con la reina Isabel II, cabeza de la iglesia anglicana, y eso que el catolicismo no es la religión imperante. Sobre si Zapatero tenía que estar o no presente, lo tengo claro: sí, a su pesar.
Y tres. Al final, como si de unas elecciones se tratase, todo el mundo acabó contento. El Gobierno porque reafirma su laicidad, el nacionalismo porque, según ellos, el Papa tuvo gestos como lo de hablar en catalán y, la Iglesia, por supuesto, al ver gente en la calle apoyando su visita. Hasta la próxima…