Estaba claro que en esta guerra política tenía que haber muertos. Lo que menos sospechábamos era que, el primero en caer, no sería un soldado; sino el propio general. La táctica de esperar a última hora para nombrar candidato ha resultado nefasta. No se puede hacer peor. Dice el urdidor de la misma, Mariano Rajoy, que con esta decisión tomada in extremis se preserva la unidad del partido. Tururú. Ahí tienen las consecuencias: Cascos dándose de baja y, posiblemente, detrás de él un montón de militantes más. Si eso no es romper partido que venga Dios y lo vea. Si piensan que esto no va a tener consecuencias graves electorales, es que viven en Marte.

Dos soluciones había para evitar esta situación. La primera, tomar posición recién comenzados los rumores sobre la vuelta de Cascos y una posible candidatura. Para bien o para mal, la dirección nacional podía haber decidido implícitamente sobre la cuestión sin esperar a que la bola de nieve creciese. Y segunda, habiendo llegado hasta aquí, un congreso extraordinario. La salida propuesta por Álvarez Cascos –la única escrita y razonada en papel- parecía correcta de cara a cicatrizar heridas. Una vez ganado por quien fuera, posiblemente, todo el mundo se iría integrando a posteriori. Sin embargo, ahora, como ven, la ruptura es ya una realidad en un «deja vu» de la legislatura de Marqués.

La pregunta que se hace todo el mundo es, ¿formará Cascos un partido? Sinceramente, creo que sí. Después de haber dado un paso tan importante la puerta está abierta. ¿Tendría hueco el mismo en la política asturiana? Sin duda, recogería voto tanto de la derecha desencantada como del electorado que espera un cambio. ¿Cambiaría la correlación de fuerzas parlamentarias? Evidentemente, la sosa y aburrida política asturiana ya no sería igual.