Una señora se ve abordada por una desconocida. Comienza a implorarle en voz baja hasta que el volumen sube adquiriendo casi un tono brusco. «No me denuncies, todo tiene una explicación», le dice. La señora acelera el paso y decide refugiarse en un centro público que encuentra abierto. Allí, la desconocida, se pone de rodillas y sigue con su suplica: «No me denuncies». Aparece la policía y, efectivamente, la acosada decide interponer denuncia pero no por el delito del cual venía todo. Este, digámoslo así, rocambolesco episodio sucedió en Gijón, más concretamente, en el Ateneo Obrero de La Calzada. Marta Renedo, la «superfuncionaria», había acudido para intentar tapar uno de sus múltiples desmanes. La víctima se había encontrado con una cuenta abierta a su nombre donde se ingresaban cantidades periódicamente. Las comisiones por contratación, amaño de concursos y demás tejemanejes de la «superfuncionaria»; iban a parar ahí. Como ven, cosas de película que suceden en la vida real.
A mí todo este asunto relacionado con Marta Renedo me produce inquietud. El cómo esta señora pudo desviar tantos fondos públicos, crear una empresa – ojo, que pensaba ya hacer otras- para desfalcar al Principado y además utilizar datos de los ciudadanos a su antojo; me parece que debe ser objeto de múltiples explicaciones. Que durante años esto estuviera sucediendo sin que nadie se diese cuenta, a mi entender, resulta especialmente grave. Digo yo que, por lo menos, debería de admitirse un cierto grado de culpa en cuanto a la laxitud de los controles. No vale, tal y como se dijo, que fue el propio Principado quien destapó el asunto cuando, evidentemente, la bola de nieve se había convertido ya en avalancha. Claramente, necesitamos también que alguien asuma responsabilidades políticas.