Para mí, el movimiento 15-M tiene dos fases distintas. Hasta las elecciones del 22-M y después de ellas. En una primera instancia, a una semana de los comicios, el movimiento fue visto con una mezcla de curiosidad y sorpresa. Las concentraciones que se producían en la Puerta del Sol y sus derivaciones por toda España, fueron seguidas por multitud de personas que, de alguna manera, querían manifestar su descontento. A ese periodo pertenecen pancartas y lemas tan originales como el de la foto. Una muestra, sin duda, de que algo en nuestro sistema iba mal y la gente lo quería expresar.
Sin embargo, después la cosa cambió. Ese movimiento se fue transformando en una especie de república libertaria con campamentos incluidos. Los toldos, la forma de organizarse, las peticiones fuera de tono, los ideales utópicos exigidos siguieron unos derroteros, a mi modo de ver, complemente anormales. Así, las dos últimas acciones antes de que se levanten los campamentos, dan que pensar. El otro día, un grupo de «indignados», tomó un supermercado en Murcia. Pedían al director que regalase unos kilos de comida para la gente necesitada. Como es normal, al final, la policía tuvo que intervenir y desalojarlos. El asalto, francamente, me recordó a los «piqueteros» argentinos cuando saqueaban comercios de la misma manera y por similares argumentos.
Ayer, sin ir más lejos, un grupo de personas se plantaron delante del Congreso. Al igual que en las revoluciones, lo que querían era entrar. Decían no estar de acuerdo con la reforma laboral que el Gobierno aprobará mañana. Sin embargo, dudo mucho que los allí presentes supieran en qué consiste. Es más, tengan en cuenta que después de cuatro meses de negociaciones, la reforma no gusta ni a patronal ni a sindicatos y es una gran desconocida. Resumiendo: se quedará en nada. Por tanto, si la razón de estos «indignados» era la de armar bulla, pues vale, pero cada día sus protestas son más difíciles de aceptar.
Vean un video de lo que pasó ayer.