Como en todos los movimientos acéfalos, es decir, que no tienen una dirección clara, las protestas contra la presencia del Papa no sabemos muy bien quién las lidera. La llamada «marcha laica» parece estar integrada por un conglomerado heterogéneo donde tiene cabida casi todo el mundo. De hecho, en sus formas se comporta en buena parte como el movimiento de los «indignados» o el 15-M. Toman la Puerta del Sol al grito de «Esta plaza es nuestra», y procura hacer de ella el epicentro de sus acciones. Pero lo peor es que están mostrando una intolerancia fuera de lo común. Los insultos y acoso a los participantes en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) a mí me parecen del todo reprobables. Es más, cuando a este movimiento fantasma –porque no sabemos quiénes son, repito- se le recrimina dicha actitud, acaba desmarcándose de los hechos como si no fueran con ellos. Buscan la excusa fácil de los gastos económicos del viaje papal para salir a la calle, pero en el fondo lo que subyace es el anticlericalismo de toda la vida. Supongo que la visita del imán de cualquier mezquita, no provocaría una reacción tan desmedida.