Desde luego, no se puede hacer de forma más veloz. Toda la legislatura PSOE y PP peleándose, para, de repente, ponerse de acuerdo en pocas horas. Es más, lo hacen en pleno agosto y sin siquiera plantearse, ¿por qué no lo dejamos para después del 20-N? Y es que, lo de limitar el déficit en la Constitución, ha sido un visto y no visto. Me pregunto, claro está, si esto no habrá sido una imposición en toda regla. Europa –bueno, Francia y Alemania- parece tener claro que no se fía de España. Dicen, vale, si esperamos a septiembre igual es demasiado tarde, porque, sin duda, los mercados van a volver a achuchar. Así que, mejor os adelantéis, ya que, si no, las cosas irán a peor. Lógicamente, desde este planteamiento se entiende la docilidad de Rajoy y la prisa de Zapatero. Piensa el primero: si esto lo quería hacer yo y mi enemigo político lo propone… miel sobre hojuelas. Además, como estamos viendo, donde más ha dolido la medida ha sido en las propias filas socialistas. Rubalcaba, cuya campaña se basaba precisamente en recuperar el tirón de lo público, pareció completamente desconcertado. Quería, obviamente, reeditar el pensamiento de la locomotora estatal y los vagones privados, cosa que, como hemos visto, ha fallado lamentablemente.
A mí la reforma en sí me parece bien. El control constitucional del déficit lo tienen países tan dispares como Alemania, Polonia o Chile. El que se imponga una regla de gasto –sobre todo para épocas de bonanza- es de lo más lógico. En el año 2007, cuando España tenía superávit y estaba finalizando su boom económico, Zapatero pedía sanciones para los países (Francia y Alemania) que no cumpliesen sus compromisos. Imagínense lo que hubiésemos tenido que hacer frente si llega a aplicarse.