A mí me suscita muchas dudas el que sea necesario votar esta reforma constitucional. Puedo compartir que se ha hecho, en cierta manera, con nocturnidad y alevosía. En pleno mes de agosto y de forma apresurada. Todo lo que queramos: pero eso no implica necesariamente que tenga que pasar por las urnas. De hecho, la reforma no es más que poner en la Constitución –para así tener más garantías- una regla fiscal: el que las administraciones no se pueden endeudar más de un tope. Visto así, cualquier cambio futuro en política fiscal y presupuestaria, también debería ser objeto de votación popular. La única diferencia, claro está, es que éstos no van en la Carta Magna y el déficit sí. Además, la historia está llena de reformas, incluso más graves, que no se han consultado, ¿o se preguntó a alguien cuando entramos en el euro? Y al revés, fuimos a votar auténticos bodrios que no llegaron a nada, ¿o nadie se acuerda de la fracasada Constitución europea aprobada por las urnas?
Con que, en teoría, la refrenden 323 diputados –los de PSOE y PP- de 350 es más que de sobra. La reforma no es tan grave como para que se consulte, ni lesiona ningún derecho porque no se haga. El Parlamento también tiene que tener cierta autonomía en la toma de decisiones y más en la época que vivimos. Y si ni eso pueden hacer, entonces, ¿para qué lo queremos?