Más bien, reafirma lo que está siendo la campaña. Pesan tanto las encuestas y el clima existente que, lógicamente, tenía que reflejarse en el cara a cara. Por un lado, vimos a un Rubalcaba incisivo y al ataque porque sabe que tiene ante sí una tarea titánica: remontar en unas elecciones perdidas de antemano. Y por otro, a un Rajoy conservador que tendía a explicar lo que iba a hacer como presidente del Gobierno. Cuando se trataba de acosar al contrario ganaba Rubalcaba, cuando la cuestión era explicar el programa lo hacía Rajoy. En definitiva, gobierno y oposición cambiaron sus papeles hasta ponerse en el día después de los comicios. Para mí, por mucho que den ganador a uno u otro, el voto en estas elecciones está más decidido que nunca. Aunque se hable de un porcentaje superior al 30% de indecisos, en realidad es mucho menor. La campaña, y por ende este tipo de debate, va a cambiar muy poco los resultados electorales.

Por otra parte, a mí me pareció un debate en ocasiones demasiado tedioso. Lo salvaban momentos puntuales en los que se enzarzaban dialécticamente, eso sí, de manera muy controlada. Empezó a las diez menos cuarto y acabó casi en la medianoche. Excesivo. Sentarse casi dos horas delante del televisor se me antoja casi un esfuerzo sobrehumano. Menos y más ágil hubiera estado mucho mejor. Al final, estábamos ante un producto televisivo en horario de máxima audiencia y eso se nota. Hasta, fíjense, hay estadísticas sobre cuántas veces miraron los papeles, el color de las corbatas, los gestos, etcétera. En resumen, más marketing que chicha de cara a lo que debería ser: una herramienta para formar el voto.