Las lágrimas de la ministra de Trabajo italiana cuando tuvo que anunciar los ajustes pueden interpretarse de la siguiente manera. Si un médico llora al dar el tratamiento a su paciente es que piensa que no puede curarse. O dicho de otra forma: voy a hacer sufrir al enfermo quizá para nada. Se supone que un tecnócrata es un hombre o mujer de hierro. Vamos, que no tiene sentimientos a la hora de aplicar la correspondiente cura. Sin embargo, el lloro de Elsa –así se llama la ministra- desconcierta. Es como si estuviésemos sufriendo una enfermedad terminal y, nuestro médico, como último remedio, optase por un tratamiento agresivo. Sabe que debe intentarlo pero en su fuero interno no tiene la certeza de que valga para algo. Sabe que va a ser muy duro y, en cambio, el éxito no está ni mucho menos garantizado. El mal es intenso y está extendido: puede que ya no haya remedio. «In God We Trust», sí, en Dios confiamos, como dicen los dólares.
Los tecnócratas también se encuentran en la cabeza de Mariano Rajoy. Éstos le dicen que es necesario subir el IVA para enjuagar el déficit. Los políticos, en cambio, se niegan. En Italia lo han incrementado hasta el 23%: cinco puntos más que España. Entre las opiniones a favor se encuentra que es un impuesto que no grava a las empresas. Entre las contrarias, que hundirá aún más el consumo. Personalmente, creo que el debate va a tener poco recorrido: la UE exigirá al Gobierno español su subida. Una Europa fiscalmente unida significa que todos sus miembros tengan los mismos tipos. Alemania utiliza el 19%, Francia 19,60%, Bélgica 21% y Grecia ha llegado también al 23. Ante esta perspectiva, no creo que a Rajoy le dejen mucho margen para aplicar su ideología. Deberá aumentarlo sí o sí.