El interrogatorio a Iñaki Urdagarín, Duque de Palma, ha seguido los patrones clásicos de la corrupción. Si recuerdan, cuando se destapó toda la “Operación Malaya” en Marbella, los imputados fueron culpándose unos a otros; mientras sufrían en ocasiones de amnesia general. Algo así como lo que hemos visto este fin de semana. Urgadarín insistió una y otra vez en cargar la responsabilidad en su socio, Diego Torres, así como en no recordar ciertos episodios escabrosos. Resumiendo, lo que dijo fue que él no se encargaba de temas contables y financieros, además de sentirse estafado por la acciones de Torres. Éste, por su parte, se ha negado a declarar hasta escuchar lo que tenía que decir el Duque. Supongo que ahora, visto que le quiere colocar el muerto encima, la declaración de Diego Torres va a ser de lo más suculenta. No entiendo, pues, por qué se ha negado un careo entre las partes. Resultaría, a mí modo de ver, de lo más esclarecedor que se vieran frente a frente. Como sucedió, por ejemplo, entre Juan Antonio Roca y Julián Muñoz en lo de Marbella.
No obstante, de lo que sí se preocupó mucho Urdagarín fue de exculpar a la Infanta. Dijo que su participación era meramente testimonial. Vamos, como lo de la mujer de Muñoz cuando veía a su marido llegar con bolsas de basura llenas de dinero. De hecho, una cosa es que lo supiera y otra que participase. Resulta curioso que, cuando tu pareja se compra un palacete en Barcelona, no sepas (o preguntes) por lo menos de dónde ha salido el dinero. También es sorprendente el papel de los políticos. Parece ser que a Iñaki le soltaban el dinero como si nada. Tanto Rita Barberá como Camps le dieron subvenciones millonarias sin preguntarle mucho más, simplemente, por ser el yerno del Rey. En fin, en un país donde el pelotazo fue una forma de vida, ya tenemos un príncipe al que coronar.