El cúmulo de protestas que vivimos no es más que una nueva reconversión. Si en los años 80 fue Europa quien transformó –aniquiló en muchos casos- a los sectores productivos, ahora es la crisis quien se encarga de ello. El conflicto más duro de todos, la minería, está viviendo su particular lucha por sobrevivir. Evitar, a toda costa, un cierre que ya tiene fecha desde Bruselas. Al igual que este sector, muchos otros están en la picota. Me refiero, por ejemplo, al siderúrgico. Los planes de Arcelor-Mittal no pasan ni mucho menos por invertir o expandir el negocio. Más bien, todo lo contrario. Justo ahora cuando se va a parar un horno alto, el temor cierto es que no se vuelva a poner en marcha. Algo muy preocupante, porque, a la postre, está en juego más empleo directo e indirecto incluso que en la minería. Y aquí no hablamos de ayudas directas ni subvenciones, sino, simplemente, de la posibilidad de deslocalización de una multinacional. Algo, por cierto, muy difícil de combatir. Esta segunda reconversión puede dejar nuestro paraíso natural al borde del monocultivo del sector servicios. O sea, una zona donde el turismo –no la industria- es la única fuente de riqueza. Lo mismo que se pensaba durante los años 80 como gran estrategia.
A cuenta del duro enfrentamiento que está protagonizando la minería se están escuchando muchas cosas. Una de ellas es la siguiente: si el Gobierno tiene dinero para Bankia, también lo debería aportar para la mina. Bien, debemos matizar esto, porque, aunque lo de Bankia no deja de ser una golfada, conviene no mezclarlo. El Gobierno no tiene dinero para rescatar a la banca española. De hecho, busca como loco que se lo pongan desde la Unión Europea. Si el rescate del sistema financiero dependiese de los Presupuestos Generales del Estado, estaríamos ante una situación de quiebra. Por tanto, los fondos para rescatar a ambos sectores no salen del mismo sitio. Además, detrás de Bankia hay 10 millones de clientes. Es muy fácil decir –tal y como se ha afirmado- que lo mejor hubiera sido dejarla caer a su suerte. Esto es, que casi una cuarta parte de la población perdiera sus ahorros, planes de pensiones, fondos de inversión, etcétera. Como pueden suponer, la proporción que hubiera tomado el asunto sería bíblica. Si ahora representó un duro golpe para la economía española, no haber rescatado Bankia hubiera significado la quiebra directa del Estado.