En un auto, el juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz, desmonta la versión oficial sobre el 25-S. Dice que no hubo ninguna amenaza real de asalto al Congreso y rechaza la «gravedad aventurada» por la policía. Además, señala que «no se produjo ningún delito contra las instituciones del Estado». Por tanto, absuelve a los imputados y archiva la causa. Hasta ahí, digamos, se trataría de una decisión judicial más. Es decir, se puede estar de acuerdo o no, pero la cosa no tiene mayor transcendencia. Sin embargo, el problema viene después: al argumentar a favor de la libertad de expresión. «No cabe prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejan o incluso pongan en cuestión el marco constitucional, ni, menos aún, de prohibir la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad, máxime ante la convenida decadencia de la denominada clase política». Dicho de forma: se puede criticar lo que sea dado que, a juicio de Pedraz, la clase política es nefasta. Lo cual, cómo no, ha levantado ampollas. Bien, yo entiendo que esta disquisición lo único que hace es echar leña al fuego. Ante una clase política que se encuentra en sus horas más bajas, el poder judicial no puede estar jugando a desprestigiarla aún más. Las instituciones del Estado, para mí, deben cuidar mucho la forma en que se critican. Veamos si no la situación contraria: que los políticas se dedicasen a gritar a los cuatro vientos que los jueces están en decadencia. ¿Qué credibilidad tendría entonces la Justicia ante los ciudadanos? ¿Puede funcionar un país donde sus máximos órganos se dediquen al desprestigio?
Dicho esto, también me parece desmedida la reacción del portavoz del PP, Rafael Hernando. Está claro que a los políticos no le sentó bien esta disquisición judicial, pero llamarle «pijo ácrata» es pasarse de la raya. Más que nada, porque vale la argumentación que antes señalé. Si el auto del juez es criticable por arrojar a los pies de los caballos a la clase política, las manifestaciones de Hernando hacen lo mismo pero hacia el poder judicial. Aunque luego, claro está, las matizara. Estos tiempos tan convulsos son muy dados a confundir libertad de expresión con perder el respeto. Y, obviamente, hay una gran diferencia entre ambos. El primero se puede defender a toda costa, el segundo, por muy mal que venga la situación, no.