Lo malo de esta época que vivimos no es ya que vayamos hacia los 6 millones de parados irremediablemente, sino que nuestro mercado de trabajo va a quedar sumamente mermado. Vamos a tener un gran número de personas que, desgraciadamente, no volverán a trabajar. Antes nuestra población activa –las personas que están en edad laboral- era la más amplia de la historia, después, obviamente, va a quedar como un desierto. La crisis ha destruido en apenas cuatro años 2,7 millones de empleos y tendrá que pasar mucho tiempo antes de que se recuperen. Podemos hablar de que el estallido de la burbuja económica –inmobiliaria y no tanto- ha dejado a muchos trabajadores con dos opciones: o emigrar o intentar tirar como sea hasta la jubilación. Tal es el desastre que, para muchos expertos, las personas por encima de los 45 años lo van a tener muy mal. Tanto ellos como los jóvenes que buscan su primer empleo. Sinceramente, a mí este dato me parece estremecedor. Entiendo que una persona en esa edad –hacia los cuarenta- está en lo mejor de su etapa laboral. Posee la experiencia y cualificación necesaria para rendir al máximo nivel. Sin embargo, nuestro mercado de trabajo los expulsa y les dice que no tienen sitio para ellos. Lo mismo que para aquéllos que buscan su primer trabajo.
Saber que somos una fábrica de licenciados universitarios para el resto de Europa es profundamente desolador. El Estado gasta en su formación para que, al final, no tengan donde trabajar. El número de personas –y no son el típico emigrante de los sesenta, sino mano de obra muy cualificada- que se han ido en busca de un empleo ha aumentado de forma considerable. En 2011 580.000 trabajadores y, seguramente, este año, seguirá aumentando. O eso, o empezar a formar parte del paro a largo plazo que ya es legión. La crisis ha traído consigo una verdad que nuestros gobernantes se niegan a admitir: muchos puestos de trabajo han sido amortizados. Nunca volverán a crearse. No hay manera de colocar a las 5.963.100 personas desempleadas que tiene este país, dentro de un periodo más o menos razonable.