Muchos piensan que el llamado banco malo –oficialmente, Sareb- bajará el precio de los inmuebles. Se basan en que el valor de venta de esta pléyade de inmuebles que saldrán al mercado será bajo. Sinceramente, tengo mis dudas. En principio, el mecanismo es sencillo: compra a precios inferiores a los reflejados en los balances bancarios (entre un 60 y un 70%) y posteriormente revende. Eso sí, con su margen correspondiente que será aproximadamente de un 25%. Quiero decir, pues, que el llamado banco malo también busca la rentabilidad. O sea, sacar beneficio para que sea atractivo a la iniciativa privada y así cubrir los 5.000 millones de capital que se necesitan. Además, hay que tener en cuenta la calidad de los inmuebles ofrecidos. Después de cinco años de crisis inmobiliaria, en general, la banca se ha ido deshaciendo de lo más valioso y los, llamémoslo así, activos invendibles, todavía están a la espera de comprador. El Sareb tiene como misión liquidar todo eso y fíjense si lo verán difícil que, en sus estatutos, prevén incluso demoler construcciones: las que quedaron a medio acabar y nadie las quiere.
En todo caso, el banco malo tiene tantas cosas en contra que es difícil apostar por su éxito. En primer lugar, a uno de enero la fiscalidad de los inmuebles cambia radicalmente. Se pierde la deducción por compra de primera vivienda (15%) y el IVA sube del 4 al 10% en nueva construcción. En segundo, las gente hoy no compra pisos porque se encuentra en condiciones laborales precarias. Quien no está en paro tiene el trabajo cogido con alfileres y eso, desgraciadamente, no va a cambiar al menos durante algunos años. Y tercero, habrá bancos –los que no tienen ayudas del Estado- que querrán seguir vendiendo por su cuenta. Ofrecerán también buenos precios junto con financiación a la carta. En Irlanda, el banco malo sirvió para limpiar de activos tóxicos los balances bancarios pero acabó con pérdidas. Adivinen de dónde salió el dinero para sufragarlas. Sí, de los de siempre.