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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Permiso a la carta.

Más o menos esto es lo que pretende hacer el Gobierno: acabar con el stock inmobiliario. Y para ello, no ha dudado en pensar una medida polémica: facilitar el permiso de residencia a quienes compren un inmueble, eso sí, por valor superior a 160.000 euros. Que menos, según el secretario de Estado de Comercio, puede dar lugar a que haya una avalancha de peticiones. En fin, así vive la historia un país que no logra zafarse de su burbuja inmobiliaria. Tan grande y pesada que, después de cinco años de haber estallado, todavía sigue ahí como una pesadilla que nunca se acaba. Quizás inocentemente, uno pensaba que el permiso de residencia era algo más importante. Elegir quien puede vivir entre nosotros –bien sea para trabajar, estudiar, fundar una empresa o, simplemente, descansar- siempre lo tuve en más alta estima. Pero debe ser que no, que todo ese concepto de Estado cambia cuando se trata de vender pisos. Además, supongo que en este tema habrá que hilar muy fino. Si por el simple hecho de adquirir una propiedad te dan el permiso de residencia, ¿no será esto un nuevo campo a explotar por las mafias? Si se elimina o reduce toda la burocracia para un comprador de pisos, ¿no supone esto un agravio en comparación con otro tipo de extranjero? Si un prestigioso científico quiere residir aquí, ¿tendrá que someterse a todos los controles mientras que el que adquiere un inmueble no? A mí la medida me parece que está rayando la ocurrencia. Jugar con estas cosas –cuando hace cuatro días el Partido Popular tenía en su programa el «contrato de inmigración»- es dar la impresión de un país que se vende al mejor postor. Que cambia la legislación en función del dinero que viene del exterior.

Sin duda, pensar una medida así significa renunciar al mercado doméstico. Sabe de sobra el Gobierno que, con la demanda interna, no se va a solucionar ni mucho menos el problema. Y, de llevarse a cabo, puede que funcione en zonas turísticas de la costa como, no sé, la Costa del Sol o Levante. Pero, en el resto, es indudable que seguirá teniendo dificultades la venta de vivienda. Digamos, pues, que en cierta manera se está renunciando a la compra tradicional: a través de un crédito hipotecario, una nómina y una familia. Debe ser tan poca la fe en nuestro sistema bancario que se prefiere tentar a mercados de alta liquidez como el ruso o chino. Quizás llegue un momento en el cual, nuestro arrendador no será mayoritariamente español como ahora, sino extranjero y con permiso de residencia a la carta.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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