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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

El Niemeyer: todo y parte.

La gestión del Centro Cultural Oscar Niemeyer es un buen ejemplo de confundir el todo y la parte. Es decir, de creer que la defensa del equipamiento cultural avilesino pasaba también por tragar –esa es la palabra- con una infumable fundación que regía sus destinos. La reciente auditoría ha sacado a la luz una deuda superior a los 3 millones de euros, además de todo tipo de irregularidades. Desde una pléyade de acreedores que están sin cobrar, hasta la devolución de ayudas al Principado por no cumplir sus condiciones. En resumen, un absoluto desbarajuste que incluía perlas como, no sé, tarjetas visa trufadas de cargos, facturas de gin tonics y hasta un despacho de abogados que cobró, ojo, casi 300.000 euros por su asesoramiento. Sin duda, un escándalo de proporciones mayúsculas que pone de manifiesto algo que ya todos intuíamos: la gestión del Niemeyer olía mal. Y eso, que alejó progresivamente a los patronos privados al ver este desaguisado, parece que a la parte política le parecía bien. Es más, la que ahora se confiesa engañada –la alcaldesa de Avilés, Pilar Varela- no dudó en sacar gente a la calle cuando Foro Asturias intentó poner en orden las cosas. Denunciar esta serie de abusos y buscar trasparencia, según Varela, era sinónimo de ataque al Niemeyer y a la ciudad. Calumnias e ignominias de aquéllos que pretendían su cierre. Nada más lejos de la realidad. Las cuentas, como se ha demostrado, son tan irregulares que hasta se pasaron facturas de un año  para otro. Su programación era tan anómala que cada espectáculo montado acaba con pérdidas astronómicas. Algo que la parte política solucionaba de la siguiente manera: cerrando los ojos, poniéndose una pinza en la nariz y sacándose fotos con las estrellas de Hollywood.

El «todo vale» a la hora de defender un equipamiento lleva a esta cosas: que una serie de vividores tengan vía libre para sus desaguisados. Alguno incluso, que cobraba más que el propio presidente del Principado, fue defendido a muerte por quien ahora, insisto, dice que no estaba al cabo del día de la gestión. Menos mal, que no se traspasó la propiedad del propio centro –la cúpula y los edificios, me refiero- a la siniestra fundación. Supongo que de haber sido así estaríamos hablando de embargos.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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