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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Juventud y alcohol.

El problema del alcohol y su consumo por la gente joven, créanme, no es nada fácil. Analizar por qué los jóvenes, o al menos un buen número de ellos, entienden que la diversión va en función de la cantidad de alcohol que ingieran es complicado. La movida, las peleas, los campos de batalla que se forman alrededor de los establecimientos hosteleros frecuentados; son algunas de las consecuencias que a diario vemos en los titulares de prensa. Es por eso que vamos a abordar un tema espinoso a tenor de la elevación (por fin) de la edad para consumir a los 18 años por parte del Principado. Miren ustedes, el alcohol, en nuestra sociedad, goza de una permisividad que ahora mismo no tienen otro tipo de consumos (ejemplo, el tabaco). A día de hoy todavía se considera a uno más «machote» cuando bebe que cuando no. Esto es, cuando vas con un grupo de amigos y tomas refrescos (como es mi caso) se te considera blando, o poco «paisano» por decirlo de manera más asturiana. Así como el tabaco hace treinta años era sinónimo de madurez (les recuerdo la publicidad de un vaquero fumando montado en su caballo), o de tener cierto estilo (vean si no a Humphrey Bogart en Casablanca envuelto en humo constante), o de  paso previo necesario entre la adolescencia y la juventud (repásese todo el cine español de los setenta). En la actualidad, a base de incesantes campañas contra el mismo todos estos perniciosos discursos se fueron desmontando poco a poco. Hoy, por ejemplo, desde un programa de engendros televisivos –Gran Hermano- se hacen constantes llamadas para su abandono. Asimismo, se creó la figura del «fumador pasivo» (aquel que aguanta el humo del prójimo) y se prohibió su publicidad o consumo  en eventos públicos en general. Al alcohol, desgraciadamente, no se lo ha perseguido tanto. No existe, por ejemplo, la figura del «bebedor pasivo» (aquel que aguanta paciente la turra que le da en un bar el dipsómano de turno), ni en sus etiquetas se avisa de que beber también mata, ni se deja de anunciar constantemente en medios de máxima audiencia. Pese a reconocer que una de las principales causas de accidentes de tráfico es su consumo se persigue a posteriori, es decir,  cuando ya el individuo es cazado en un control. No existe, por ejemplo, ninguna ley que prohíba vender alcohol a una persona cuando está en evidentes condiciones de embriaguez. Todo ello, insisto, porque en nuestra sociedad el consumo de alcohol está visto como algo normal, como un signo más de convivencia.

Sé que muchos, ante estos argumentos, agitarán la famosa bandera de la moderación, es decir, que tomado en cantidades razonables es bueno y no afecta al individuo. Nada que objetar. Casi todo en esta vida con moderación no suele ser malo. Algunas tribus indias del Amazonas son grandes fumadoras de tabaco y sus expectativas de vida superan con mucho a las de los países desarrollados. Los cubanos, enormes fumadores de puros, tienen una de las poblaciones del mundo que más personas centenarias acogen en su seno.  Sostengo, pues, que incluso algo tan nocivo como el tabaco, en la cantidad adecuada, no es sinónimo de enfermedad incurable o adicción. Ahora bien, saber dónde está la frontera entre lo moderado y lo excesivo es difícil. Algunos piensan que una copa de vino al día está bien, otros que dos, otros que media botella, muchos que una. Si se toma «un cacharro» al día eso no es problema, si son dos tampoco, pero, si eso ya pasa de tres, ahí, para algunos, está la frontera. Cuando se baja la tasa de alcoholemia empiezan los cálculos para ver cuál es el límite (que si dos cervezas, que si tres copas..). Saber dónde está la buscada línea imaginaria en el tema del alcohol  es complicado y eso, al contrario que el tabaco que deja su huella maligna en el aparato respiratorio, lleva a formar el concepto de «resistencia», esto es, volvemos a lo que al principio les contaba: se es más «paisano» cuanto más se aguanta.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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