La situación política que vive nuestro paraíso natural es singular. Nadie parece tener suficiente poder como para tirar del carro. Dicho de otro modo: el juego de la política asturiana, más bien, consiste en entorpecer la acción del rival. Sea o no de la misma ideología, lo cual es sumamente curioso. Lo hemos visto a lo largo de todo legislatura pero, una vez más, la «vetocracia», parece que se ha impuesto a la hora de (no) aprobar un presupuesto. Francis Fukuyama, un politólogo estadounidense, acuñó este término para describir «ciertas disfunciones democráticas» que impiden que un gobierno pueda adquirir suficiente peso para tomar decisiones. Vino a cuento durante la crisis creada en octubre por el Tea Party –un grupo minoritario ultraconservador- que logró paralizar la Administración norteamericana. En Asturias, el PSOE no ha podido encontrar aliados para su proyecto presupuestario. Ni a la izquierda, ni a la derecha. En el primer caso, lo más normal hubiera sido ponerse de acuerdo con IU. Sin embargo, la coalición fue con su programa por delante y una fuerte subida de impuestos. Por su parte, la derecha tuvo que poner los puntos sobre las íes de manera interna. Los devaneos de Gabino de Lorenzo con los socialistas no fueron aceptados por la presidenta popular, Mercedes Fernández. Ésta, a todas luces, lo desautorizó señalando que cuando ella era delegada del Gobierno nunca envió semejante mensaje a su presidente, Ovidio Sánchez. Algo, claro, rotundo y contundente que ya echábamos de menos en el PP. Que alguien, a la postre, demostrara un cambio de rumbo en la estrategia política –a veces suicida- de los populares.
El caso es que unos por otros la legislatura está siendo sumamente desgraciada. Si Javier Fernández convocase unos nuevos comicios –aunque no es ni mucho menos su intención- podríamos tener tres presidentes distintos. Casi uno por año. El primer gobierno, el de Francisco Álvarez-Cascos, ya vio el poder de esta «vetocracia» que vivimos cuando no le aprobaron su presupuesto. Pese a ser, obviamente, de corte liberal y que podría haber sido negociado perfectamente por el PP. Todo ello acentuado por el «partido bisagra» que ha sido UPyD. Un día giró para un sitio y luego al contrario. Un día quiso dar estabilidad a la política asturiana, y después se la quitó al no aprobarse un cambio en la Ley Electoral. Digamos que nuestra paradoja consiste en lo siguiente. Antes el Parlamento asturiano estaba constituido por tres fuerzas (PSOE, PP e IU) que se distribuían siempre de la misma manera: ganaba el PSOE que gobernaba con IU, mientras que el PP se mostraba encantado de estar en la oposición. El voto en nuestro paraíso natural, sumamente conversador, siempre cortaba la tarta electoral de esta guisa. No había opciones para nadie más. Es como si un chigre, pese a dar mala comida, estuviese siempre lleno. ¿Para qué cambiar? La aparición de Foro y UPyD, sobre todo el primero, rompió este equilibrio. Casi un statu quo donde todo el mundo se sentía cómodo. Ahora bien, el chigre está tan revuelto que ni siquiera se ponen de acuerdo sobre quién tiene que servir la comida, aunque siga siendo pésima. Los asturianos tenemos hambre de política en mayúsculas: de la que trabaja para el ciudadano.
Una maldad: si no quieren ver ni una sola discrepancia miren la foto. Se trata de la botadura del atunero «Gijón» en los astilleros de Armón. ¡Cómo en los viejos tiempos! Ahí no existe la «vetocracia».