Resulta curioso el anuncio que hizo el Principado en materia turística. Pretende, según se supo en la Feria Internacional de Turismo (Fitur), que una aerolínea promocione Asturias ofreciendo 7,7 millones de euros. Entre las condiciones estarían «que el interesado tenga aviones operando con la región, sea mayorista y disponga de una red de agencias de viajes de implantación nacional». Pues bien, digo que es sorprendente por una sencilla razón: hasta ahora el gobierno de Javier Fernández se había negado rotundamente a subvencionar una línea aérea. Quiero decir a la manera que lo hace Cantabria con Ryanair: le suelta más de 5 millones de euros para que mantenga operativo el aeropuerto de Parayas como base de vuelos «low-cost». Es más, cuando en su día se produjo el debate una consejera del gobierno de Vicente Álvarez Areces llegó a decir que era contraproducente «porque los asturianos podrían pasar los fines de semana fuera de Asturias». O sea, que se quería imponer una especie de «corralito turístico» para que no escapáramos. La iniciativa del Principado, insisto, resulta cuestionable porque se considera una promoción magnífica «que en las aeronaves se coloquen cabezales, servilletas, toallitas refrescantes, posa vasos y manteles». O que se deje a disposición del Ejecutivo 200 plazas al año «para profesionales dedicados a áreas económicas relacionados con los sectores del turismo, transporte y administración pública», junto con un vuelo anual gratuito. Pregunto, ¿qué es mejor? ¿Este tipo de promoción o que un turista pague menos en su billete a Asturias? Realmente, ¿no es un contrasentido criticar las subvenciones directas y luego hacer este tipo de cosas? Si una línea de bajo coste se hubiese implantado en nuestra comunidad, ¿no hubiera forzado a las demás a bajar precios? ¿No hubiera abierto un pasillo aéreo como hicieron en Cantabria con Inglaterra?
Javier Fernández declaró en Fitur que la gran asignatura pendiente del turismo asturiano es el extranjero. Cierto, dependemos absoluta y totalmente del nacional que está sufriendo la crisis. Sin embargo, hay otra cosa que desde la Administración parece que no se ve: la estacionalidad en materia turística. Cada vez más nuestra oferta es de temporada. O sea, cierran los hoteles, restaurantes y se reducen los vuelos durante la época invernal; volviendo, lógicamente, a reactivarse hacia la primavera-verano. Y éste no es sólo un fenómeno que se produzca en las alas, sino que también empieza a verse en el centro. Son muchos ya los establecimientos –en Gijón, Oviedo o Avilés- que deciden cerrar durante el invierno, a la espera de abrir hacia Semana Santa. Más o menos, lo que hacen en las zonas de turismo masivo del Mediterráneo y Sur de España. Como digo, no es éste el tipo de turismo que hemos fomentado durante años. Al fin y al cabo, Asturias nunca será Mallorca.