Me llama la atención las protestas que están teniendo lugar en Lugones. En principio, el motivo de las mismas parece ser de lo más normal: estar en contra de la zona azul y las peatonalizaciones. Quiero decir que es común a muchas ciudades y lo hemos visto más de una vez: siempre que se propone implantar el sistema de la ORA da lugar a conflictos. Sin embargo, el hecho es que, poco a poco, el volumen ha ido subiendo de tono. Con cortes de tráfico en la autovía ASII, muñecos colgados y escraches ante la vivienda de un concejal. A mí modo de ver mezclando cosas que nada tienen que ver entre sí. No es lógico quemar un pelele que simboliza a los políticos por el legítimo desencanto con una medida que se quiere tomar. En el fondo, lo que está pasando tiene un punto de comparación con lo ocurrido en el barrio del Gamonal en Burgos. La reforma de una avenida acabó en una auténtica batalla campal con antidisturbios funcionando a toda su capacidad. Tanto, que fue noticia, no sólo a nivel nacional, sino incluso internacional por la repercusión que tuvo. Según se pudo entender –ya que el Alcalde dio marcha atrás en la obra- cualquier vía institucional para resolver conflictos se ha vuelto inútil: la calle es el lugar donde se dirimen estas cuestiones. O dicho de otra forma: a más recrudecimiento, mayores posibilidades de éxito.

La política tal parece que trabaja contra sí misma. En Lugones, incluso concejales de la oposición contrarios a la medida participaron en las protestas. Preguntados por su doble condición –arte y parte del conflicto- respondieron que lo hacían a título individual. ¡Cómo si se pudiese distinguir una cosa de otra! El tema es bien sencillo: si participo en un escrache a un compañero de corporación y no lo condeno, cualquier día me tocará a mí también. Espero que por nuestro bien se vuelva a ver lo bueno de la política: el hacer cosas para los demás. Mientras tanto, este discurso destructivo hacia ella –presente en la mayoría de opiniones de los ciudadanos- es el que triunfa.