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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Si no pagamos…

La España de 2018 es un país de poco fiar. Lo han dicho diferentes instituciones internacionales, amén de los mercados. Hace tres años, tras las legislativas de 2015, llegó al poder el Gobierno Del Pueblo (GDP). Una suerte de movimiento social –sin la estructura tradicional de ninguno de los partidos conocidos- que consiguió el voto ciudadano a través de sus manifestaciones en la calle. Su primera medida, tal y como decía en el programa, fue suspender el pago de la deuda externa. Ciertamente, en aquella época ya se encontraba en el 100% de PIB tras ocho años largos de crisis. La decisión de caer en «default» (impago) fue acogida con entusiasmo por la mayoría de ciudadanos. Enfervorecidas las masas, representaba para ellas como una especie de liberación ante un pufo del que no se consideraban responsables. Así, les decían, habrá más dinero para sanidad, educación… Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional se puso muy nervioso y Europa aún más. Buena parte de la deuda española estaba en manos de estados soberanos e inversores privados. Los primeros amenazaron a España con expulsarla de los organismos internacionales y, lo segundos, simplemente, se fueron en desbandada. El GDP acogió como una afrenta que la Unión Europea le invitase a salirse de la zona euro. Pese a todo, siguieron firmes en su decisión. El Presidente dijo: «Mejor solos y de esta manera construiremos un país mejor». Lo primero que hizo fue acuñar una nueva moneda: el libertario. La gente que tenía sus cuentas en euros –y con ello la capacidad de comprar o vender en un mercado de miles de millones de personas- pasaron a tener libertarios. El tipo de cambio fijado, por supuesto, no fue a la par; sino que quien tenía 10.000 euros los cambió por 5.000 libertarios de la noche a la mañana. Las empresas importadoras que suministraban bienes fueron quebrando una a tras otra: no le aceptaban el libertario como moneda y se veían incapaces de conseguir euros. Poco a poco, las necesidades de los ciudadanos sobre los productos básicos fueron implacables: hasta de papel higiénico como en Venezuela. Por su parte, ante el mercado negro que se montó –todo el mundo necesitaba euros- el Ministro de Economía decidió darle a la máquina de imprimir billetes. La inflación se elevó de forma brutal. Una barra de pan, por ejemplo, podía costar un millón de libertarios por la mañana y tres a la tarde. El Presidente del GDP, un tal Willy Toledo, dijo que esto era culpa del capitalismo aberrante que bloqueaba su proyecto humanista. Las empresas, así como la propiedad privada, fueron desapareciendo de forma rápida ante las perspectivas del país. El paro llegó al 60% de la población. Era imposible, en aquel sistema económico, mantener cualquier tipo actividad. Tres años después de la llegada al poder del GDP, los primeros síntomas de malestar social comenzaron a surgir con fuerza. Ahora los manifestantes añoraban los viejos tiempos.

Nota: Esta es una ficción de lo que pasaría si se dejase de pagar la deuda externa. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Simplemente, sería así…

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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