Las elecciones al Parlamento Europeo son siempre descafeinadas y raras, casi como el festival de Eurovisión pero en versión política. Es más, yo creo que tendrían que celebrarse a la vez por una sencilla razón: aguantaríamos los dos bodrios de un tirón. A estos comicios, cuya campaña empieza en unas horas, siempre hay que buscarle incentivos extra para que la gente vaya a votar. Si no la abstención sería astronómica, difícil de digerir por el sistema. Se suelen plantear como un voto en clave nacional –de castigo o premio- para así motivar al ciudadano. Que si baja el PP por su política de recortes, que si no se recupera el PSOE, que si el fin del bipartidismo… Respecto a esto último resultan curiosos los análisis que se hacen. Se da por hecho que la gente no volverá a votar masivamente ni a socialistas ni a populares, justo cuando antes de la crisis la situación era la contraria: se aseguraba sin ningún pudor que el bipartidismo estaba consolidado. Partidos que ahora suben como la espuma en las encuestas, antes incluso iban a desparecer. Me refiero, por ejemplo, a IU. El supuesto discurso del «fin del bipartidismo» no deja de ir muy ligado al ciclo económico. Cuando éste es bueno el voto se concentra y cuando no acaba dispersándose. Algo, por supuesto, que no es en absoluto definitivo sino que puede volver a cambiar. Este desarraigo hacia la política europea tiene también otras razones: el Parlamento europeo como institución nos es completamente ajeno. Díganme el nombre de tres eurodiputados, ¿a qué no lo saben? Tanto como si les pregunto quién es el representante de Noruega para Eurovisión. Los principales candidatos para presidir la Comisión Europa, el socialista Martin Schulz y el popular Claude Junchker, son personajes completamente desconocidos para el elector. Su voto, insisto, no deja de buscar motivación en temas más domésticos por mucho que se nos diga la importancia de Europa en nuestras vidas. Lo cual, claro está, no deja de ser cierto pero a nivel de gobiernos. ¿Quién manda más Ángela Merkel o el presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso? ¿A quién conocemos más a David Cameron o al presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy?
Pero si les digo que también son raras es por una cosa: la cantidad de friki que se presenta. Recordemos que hasta Ruiz Mateos consiguió ser eurodiputado. Ahora, personajes estrafalarios como el juez Elpidio Silva, lo van a intentar. Cuando no «velinas» italianas que aparecen ligeras de ropa en las portadas de los periódicos. No me digan que algunos candidatos no son similares a los frikis que aparecen en Eurovisión. Es tal la burla, como digo, que incluso hasta logran escaño para escarnio de la política tradicional. Opciones que ningún votante elegiría para concejal o diputado de su país, acaban triunfando en las elecciones al Parlamento Europeo. Eso sí, ese retiro dorado para algunos o cantera de frikis está muy bien pagado: es el cargo que más cobra amén de otros privilegios. Un eurodiputado español tiene una asignación bruta mensual de 7.956,87 euros, a lo que hay que sumar las dietas. La Europa política, sin duda, nos sale cara.