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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Ganará la abstención.

Cierto es que la campaña electoral que en unas horas acaba no va a pasar a la historia. Más bien,  todo lo contrario: ha sido profundamente triste, anodina y paniaguada. El escaso interés de los electores se ha contagiado, como no podía ser de otra manera, también a los partidos. Cuando uno pasea por las calles de cualquier ciudad, fíjense, ni siquiera vemos ambiente electoral. Los paneles que en otros comicios cualquiera se encontrarían llenos, apenas tienen propaganda. Quizá a última hora un poco más, sí, pero en todo caso insuficiente. Por no hablar, incluso, de los carteles que se cuelgan en farolas, folletos que se dan en mano, empapelados fuera de los espacios públicos, etcétera. Si quieren las elecciones se notaron más por internet. Lógico, si tenemos en cuenta que, a todas luces, lo que mueve a el voto es la crítica; el odio que a veces rezuma la red. El debate televisado entre Elena Valenciano y Arias Cañete apenas tuvo una cuota de pantalla del 9,5%. La serie «Cuéntame» que se emite normalmente ese día y a la misma hora suele tener un 20%. En Telecinco estaban emitiendo una película con un 23,9%, la de Antena 3 el 13,7%. Hasta un reality que emitía La Sexta obtuvo mayor audiencia:  el 10%. Eso sí, al día siguiente Arias Cañete con su cagada –llamemos las cosas por su nombre- logró meter al PSOE en campaña. Lo de la supuesta «superioridad intelectual» sobre las mujeres a la hora de debatir ha dado mucho juego. Por menos de eso, bien es cierto, han arruinado campañas los políticos norteamericanos. Y, créanme, en esta segunda semana las cosas no fueron a mejor. El debate que protagonizaron los seis grupos de la Eurocámara en TVE fue visto por un 4% de la audiencia. Una cifra irrisoria. ¿Ha dejado entonces de interesar la política al ciudadano? ¿Hay una cierta desafección hacia las campañas electorales? Ni mucho menos. Hace dos años el debate entre Rajoy y Rubalcaba fue seguido por 12 millones de personas. Tuvo un share del 54,2%, o sea, más de la mitad de los que veían la televisión estaban atentos al debate. El problema, pues, son unas elecciones a un Parlamento Europeo que no motivan a nadie. No las sentimos como propias, y aunque nos las quieran disfrazar interpretándolas en clave nacional o a través de vender la importancia de Europa en nuestras vidas, nosotros sabemos perfectamente que no es así. Los candidatos que ahora están presentes, cuando adquieran el escaño, se diluirán dentro de un grupo político europeo. Formarán un totum revolutum incrustados en esos artificios en forma de partido, con toda la pinta de lobby, que pueblan Europa. Nuestro voto, en resumen, acabará yendo a saber no se sabe donde, dentro de una Unión Europea política artificial alimentada por un presupuesto de un billón de euros. Y hasta dentro de cinco años, oigan.

Sí, porque más que probablemente la noticia será la abstención. En las elecciones de hace cinco años estuvo en el 55%, previéndose ahora alrededor del 60%. Con esa perspectiva, será muy difícil sacar conclusiones aunque todo el mundo lo hará. Para unos será el fin del bipartidismo, para otros los síntomas de la recuperación (económica y electoral), el descalabro total, cambio de tendencia, etcétera. En definitiva, el que no se contenta es porque no quiere.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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