La destrucción de la clase media en nuestro país ha influido decisivamente en los resultados electorales. Es decir, el que sobre ella –un factor de estabilidad social, sin duda- haya recaído todo el peso de la crisis ha tenido severas consecuencias. Y el 25M se pudo ver bien claro: la radicalización de su voto. El que gran parte de la clase media haya perdido nivel de bienestar a consecuencia, no sólo de los recortes, sino también debido a las sucesivas subidas de impuestos; el que esté en paro y sin perspectivas de encontrar un empleo; el que no vea una mejora en la situación económica del día a día más allá de los datos macroeconómicos, ha sido un factor fundamental a la hora de formar la decisión de voto. La mayor parte de estos votantes, en la época anterior a la crisis, se hallaban en eso que se denominaba el centro político. Una masa, si queremos verlo así, bastante homogénea que variaba su voto entre izquierda y derecha en función de las circunstancias. Los dos grandes partidos políticos, tanto PSOE como PP, lo buscaban desesperadamente con objeto de ganar comicios. Prácticamente, era el objetivo primordial de cualquier campaña. Sin embargo, todo ha cambiado de forma diametral. La clase media le ha dado la vuelta al calcetín pasándose hacia opciones más radicales. No encuentran soluciones en el bipartidismo y exploran otros partidos que, aparentemente, las ofrecen de forma directa. Gran parte del éxito de la formación Podemos ha estado precisamente en eso, en trasladar un mensaje sencillo pero que cala: somos como tú. La clase media está harta de muchas cosas y lo ha demostrado en las elecciones europeas. Falta por saber si eso se trasladará a las nacionales o autonómicas y locales, pero, en definitiva, es todo un toque de atención hacia el sistema. Su electorado tradicional, el que les daba las victorias o derrotas, les ha dejado de lado. Si quieren resultados deberán recuperarlo.
Por otra parte, el fenómeno Podemos no hace otra cosa que poner nervioso a todo el mundo. En estos días, no se para de hablar de ellos y, sobre todo, de su líder, Pablo Iglesias. Hasta el todopoderoso presidente del BBVA, Francisco González, les ha tenido en cuenta. Las reacciones van desde quien los desprecia directamente como el sociólogo del PP, Pedro Arriola; a quienes buscan ridiculizar a Iglesias sacándole temas personales –dónde compra la ropa, por ejemplo- para trasladarlos a la luz pública. Pero, lo cierto, es que son los grandes ganadores del 25M. A Pablo Iglesias incluso se le reprocha que se ha servido de tertulias televisivas para ganar fama, lo cual es verdad, pero también que los políticos de siempre salen a diario en los telediarios y han bajado sustancialmente en votos. Quiero decir que al fenómeno Podemos no se le debe combatir así, sino poniendo bien a las claras las incongruencias de su discurso. Básicamente, remedios fáciles para problemas difíciles. Que la deuda no para de subir, se deja de pagar. Que sube el recibo de la luz, se intervienen y nacionalizan las eléctricas. Lo mismo para bancos, compañías telefónicas, de agua, etcétera. En resumen, el modelo venezolano puro y duro que ha conseguido vaciar los suministros de la población a base de aniquilar la iniciativa privada. Un intervencionismo asfixiante que pone precio a los bienes y desprecia la propiedad individual. Algo, por supuesto, completamente incompatible con el marco económico y social que representa Europa. A Podemos debemos verlo como un toque de atención serio: son 1,2 millones de votos que demuestran la fatiga social de una buena parte de la población. Si la recuperación no llega pronto y se siente de forma clara, habrá más voto radical.