La dimisión del ministro de Justicia, Alberto Ruíz Gallardón, me recordó la saga de Juego de Tronos. En los libros George R. R. Martin los personajes mueren en el momento más inesperado, el escritor acaba con su vida cuando menos te lo esperas. Muy similar, como digo, a lo que le pasó a Gallardón. El ya ex ministro recibió un encargo al principio de la legislatura: adaptar la ley del aborto al programa electoral del PP. Un mandado, por cierto, completamente envenenado. Nunca una ley sobre el aborto ha satisfecho a todo el mundo: algunos siempre la van a considerar excesiva, otros al contrario. Quiero decir, pues, que en este tema es muy complicado conseguir algún tipo de consenso. Lo que no esperaba Gallardón –ni por asomo, diría yo- es que fuese víctima del llamado «fuego amigo». Es decir, que la principal oposición viniese desde las propias filas del Partido Popular. Recuerden episodios como el del presidente de Extremadura, José Antonio Monago, o la vicepresidenta del Congreso, Celia Villalobos, que la criticaron públicamente de manera bastante agria. Y aquí es donde empieza la parte oscura del asunto. Si a Rajoy no le gustaba, ¿por qué permitió que el anteproyecto viera la luz? ¿Por qué no le dijo a Gallardón que lo modificara? ¿Por qué se aprobó en un Consejo de Ministros? Desde luego, fue absurdo darle tanto recorrido al anteproyecto de la ley del aborto para luego tumbarlo. Más bien, tal parece como si lo que se quiso es dejar caer al ministro a modo y manera de una piedra. Hubo también otras leyes controvertidas –miren si no las de educación del ministro Wert- y no se llevaron por los mismos derroteros. Entiendo que a Gallardón se le colocó al borde del precipicio y lo invitaron a saltar. Insisto, una intriga palaciega muy al estilo de Juego de Tronos.
Porque, si lo miran bien, Gallardón siempre tuvo el aura del Macbeth de Shakespeare: aquél a quien le decían «Tú serás rey». El personaje político, sin duda, no tiene desperdicio en absoluto. Controvertido dentro de su partido aunque amado por el electorado. Fue de todo (alcalde, presidente de la comunidad de Madrid, etcétera) con éxito, pero, siempre, muy contestado dentro del PP. Miren si no las trifulcas constantes que tuvo con Esperanza Aguirre. Si Rajoy le ha dejado caer es por algo que se nos escapa: una refriega interna que quizá salga algún día a la luz. La excusa de apartar el anteproyecto por motivos electorales no sirve por una razón: nunca se debió llegar tan lejos. Si la Ley hacía perder votos debía haberse paralizado mucho antes, no apenas unos meses antes de las elecciones. Salvo que, como parece, se quisiesen cargar de paso al ministro.