A mí en lo de las «tarjetas black» (oro y platino) de la antigua Caja Madrid y Bankia me sorprende una cosa: que se dé casi más importancia al tema fiscal que al propio desfalco. Quiero decir que parece que lo importante es que esas tarjetas –auténticos cheques en blanco para los consejeros- no pagaron a Hacienda; cuando los usuarios se pulieron, desde el 2003 al 2013, la astronómica cantidad de 15,5 millones de euros. Toda una golfería con una la lista de compras indignante. Por ejemplo. Más de 3 millones de euros en restaurantes, 2,5 en viajes y 5 millones en efectivo. Además de ropa en tiendas de lujo, regalos, joyerías, etcétera. ¡Hasta alguno hacía la compra en Mercadona con la famosa tarjeta! Como digo, todos estos señores estaban ahí por la política. O sea, no tenían ni idea de banca. Ni p… idea, diría yo. Para nada eran expertos o asesoraban a las cajas de alguna manera. Simplemente, su papel era sentarse en el sillón por su partido político o sindicato y a trincar. La lista de los 86 consejeros y directivos es prolija. Queda retratado absolutamente el mundo entero de la política y sindical. Todos bebieron del dulce néctar ofrecido que al final ha resultado veneno. Solamente 4 –casi unos héroes- no utilizaron esta especie de maná de 50.000 euros anuales que se les ponía a discreción. Todo esto, tenemos que recordarlo a la fuerza, para una entidad que tuvo que ser recapitalizada con 24.000 millones de euros; que casi echó abajo al país cuando se descubrió su agujero. Y mi pregunta es: si esto sucedía en Caja Madrid, ¿qué no pasaría en otras cajas? ¿Se va a saber de una vez por todas todos los desfalcos que sufrieron otras entidades, o tendremos que enterarnos poco a poco porque si no difícilmente lo podríamos soportar? ¿Para esto hemos tenido que pedir en Bruselas un fondo de 100.000 millones de euros? ¿Para esto vamos a tener una deuda de un billón de euros que tardará generaciones en pagarse? ¿Qué queda de la promesa del FROB de llevar ante los tribunales a los responsables? Decía el ministro de Economía, Luis de Guindos, que era el primero al que se le «revolvía el estómago». Pues imagínese, señor Ministro, a los compradores de preferentes que fueron estafados. A nosotros que nos han subido sistemáticamente los impuestos para poder hacer frente al socavón creado. O a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad y se acuerde de los recortes que hemos tenido (y tenemos) que padecer. Asco y vergüenza es la palabra que se me viene a la cabeza.
Y como consecuencia…
Porque estos episodios –hoy la familia Pujol, ayer la alcaldesa de Alicante y mañana quién sabe- lo único que hacen es hacer fortalecer a Podemos. Es, digámoslo así, su combustible. Un partido sin estructura –ni siquiera ha celebrado su Asamblea Constituyente- y que ya está rondando al PSOE en intención de voto como segunda fuerza de este país. ¿A alguien le extraña? La gente sabe de sobra que su programa es imposible en muchos puntos, que si gobiernan quizá sea un remedio peor que la enfermedad; pero, así y todo, mantienen la intención de voto por una sencilla razón: quieren que limpien toda esta inmundicia que todavía nos rodea. Ya no confían en los partidos de siempre, porque, una y otra vez, han demostrado que no han cambiado lo suficiente. Es más, a poco que levante el panorama económico volveremos a lo mismo: obras faraónicas innecesarias, acumulación de cargos y sueldos, enchufismo a tutiplén, etcétera. La vieja política de siempre. Si Podemos tiene un hueco importante en el panorama político español, no sólo se debe a sus méritos, sino a que los demás le han fallado a la ciudadanía de manera lamentable.