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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

El símbolo caído.

José Ángel Fernández Villa fue más que un líder sindical. Mucho más, diría yo. Durante los años ochenta y noventa condicionó la política asturiana hasta hacerla a su antojo. No había lista electoral del PSOE, a la postre, quien gobernó nuestro paraíso natural durante todo ese periodo, que no tuviese su parabién. Y quién pretendiese ser presidente del Principado exactamente igual. ¡Qué se lo pregunten si no al hoy senador Vicente Álvarez-Areces! Sonados fueron sus encontronazos por el dominio de la antigua Cajastur. ¿Quién ganó? Siempre José Ángel. Tanto poder omnímodo le llevó a manejar a su antojo los planes de la minería. Inversiones, prejubilaciones y dinero a tutiplén. En total, más de 24.000 millones de euros que pasaron por sus manos. En concreto, dos de ellos estaban dotados con más de 1.500 millones. Llegó un momento en que se creyó incluso más poderoso que todos los partidos de esta comunidad. Por ejemplo, cuando merced a los fondos se hizo la  AS-I, más conocida como «la autovía minera». La primera infraestructura importante realizada desde Asturias la había materializado él, gracias a su incansable lucha por rascarle los bolsillos al Estado. Ningún político de esta región podía decir lo mismo. Para muchos, además, Villa era Dios. Les consiguió unas jubilaciones de oro cuando la cosa pintaba muy mal. El gobierno socialista de Felipe González comenzó a cerrar pozos y no se veía ningún futuro. Benidorm o la revolución, fue la estrategia que utilizó. Así, con ese chorro de dinero público volcado en las Cuencas, se conseguía una paz social de la que tanto presumía el líder del SOMA. Aún incluso hoy, sabiendo que se acogió a una amnistía fiscal en 2012 por 1,4 millones de euros no declarados, muchos callarán. Le deben demasiado. Entre otras cosas, cobrar las pensiones más altas de España desde apenas los 42 años. Tanto poder, sin duda, corrompe. Es difícil no pensar en estos momentos que Villa permaneció ajeno a este maná que diseñó. Senador, diputado autonómico, miembro de la ejecutiva federal y regional del PSOE o de Hunosa no pareció ser suficiente. Quizá unas presuntas comisiones complementaron lo que ya de por sí era abundante. Porque, si nos atenemos a los datos conocidos, resulta inexplicable que Villa hubiese acumulado semejante patrimonio. Más que nada, de forma ilícita ya que lo ocultó a Hacienda. De dónde vino y por qué fue a parar lejos del control del fisco es lo que da que pensar. También, lógicamente, si no habrá más implicados. El miércoles 8 de octubre de 2014 resultó ser el «día cero» para el sindicalismo asturiano. Cuando se derrumbó una torre llamada José Ángel Fernández Villa. Los daños colaterales, claro está, muchos y muy cuantiosos. Todavía algunos se están sacudiendo el polvo que levantó el símbolo caído.

¿Fue tanta sorpresa como dicen?
Realmente, no. Los rumores sobre sus tejemanejes eran muy fuertes. Esa especie de «omertá» que rige en las Cuencas impedía que salieran a la luz. Laudelino Campelo –el protagonista del escándalo por las comisiones que se pidieron a un hipermercado- siempre dijo que Villa era conocedor (y dirigente) de todo el proceso. Muchos sabían que había algo oscuro pero miraban para otro lado. El problema es que, como en el caso Pujol, José Ángel, confesó. Sí, no lo hizo de forma directa a la manera del «molt honorable»; pero acogerse una amnistía fiscal que había repudiado su sindicato es lo mismo. Equivale a decir: hice fortuna a vuestra costa. Si pensaba que esto no se iba a saber, pecó de ingenuo. En el momento que dio el paso de declarar los 1,4 millones de euros ante Hacienda, ya estaba condenado. Antes o después alguien iba a sacar a  luz la dolorosa verdad.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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