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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Nos mean y dicen que llueve.

Yo creo que la política debe volver a sus orígenes. Construir de nuevo sus cimientos morales, lo llamaría. Estoy seguro de que al principio, puede que quizá cuando se instauró el régimen democrático, la inmensa totalidad de los políticos estaban por vocación. No les importaba tanto el dinero y sí la parte buena de la política: el hacer cosas para los demás. Sin embargo, en todos estos años este armazón moral se ha acabado desgastando. Ahora lo que le importa más a algunos son los bolsillos propios y no tanto los ajenos. Por supuesto que sigue existiendo –en su gran mayoría- el político honrado que busca el bien común, pero en estos momentos se encuentra oscurecido por la corrupción. La gente no los ve y piensa que todo el mundo es igual. En la «Operación Púnica», la que lleva detenidas 51 personas por una presunta trama de corrupción municipal y autonómica, la policía lo explicaba así. «Son», dice el informe, «conocedores de que están en su última etapa y quieren marcharse con la cartera llena». Tremenda descripción. Han llegado a la política para enriquecerse, para forrarse como dijo una vez un capullo pillado por un micrófono. Se necesita un rearme moral. Que quien llegue a la gestión pública lo haga bajo el convencimiento de que viene a servir y no a servirse. Mientras esto no ocurra seguiremos combatiendo la desolación ciudadana ante la corrupción con placebos. Más o menos, lo que representa el sobado discurso de «el sistema funciona». Frase muy escuchada esta semana a tenor de la de espectaculares detenciones que tuvieron lugar: nubes de flash, mucha televisión y despliegue de medios a tutiplén. Imagínense que cientos de personas mueren por una mala praxis médica. ¿Acaso nos conformaríamos con que los responsables acabasen en la cárcel o exigiríamos que estuviesen mejor formados? Pues en política, exactamente igual. No nos podemos quedar sólo con que acaben entre rejas, sino que además debemos demandar que hechos así nunca se produzcan. Más que nada, porque el daño irreversible a la democracia ya está hecho. Los partidos deben tener bien claro que sus cargos son y van a ser honrados. Cosa que en muchas ocasiones se obvia porque sólo interesa quedarse en la superficie. A lo mejor, partiendo de esta base -que es mejor prevenir que curar, sin duda- logramos darle la vuelta a esta situación.

Mientras tanto, la desolación ciudadana sigue creciendo hasta límites insospechados. Escuchando justificaciones que parecen una auténtica burla. Me refiero a lo de José Ángel Fernández Villa y sus 1,4 millones de euros ocultos al fisco. Cuando los afloró dijo a Hacienda que era producto de una herencia. Miren la foto: parece el bar de un pueblo aunque no lo es. De ahí, según Villa, sacó su familia toda esa fortuna. A tenor de lo imagen uno diría que sirve para ganarse la vida. Ahora bien, la familia de Villa tenía en Tuilla algo mejor que El Bulli de Ferran Adrià y no lo sabíamos. Por cierto, éste acabó con números rojos y lo de José Ángel era una máquina de hacer dinero. Nos mean y dicen que llueve.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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