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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Contentos… pero no tanto.

Tiene gracia (puñetera) cierto discurso que circula por ahí. Viene a decir que las autovías, al igual que el AVE, no dejan de ser un despilfarro. Un lujo del cual se puede prescindir. Bien, supongo que las personas que sostienen esto no son asturianas, porque, la verdad, tampoco se entendería muy bien. El próximo martes se inaugura el tramo final de la autovía del Cantábrico (A8). El famoso Unquera-Llanes –embudo norteño por excelencia- y que se finaliza 25 años después de su primera tramitación. En total, desde que se diseñó el proyecto han pasado ya más de 50 años. Casi nada. Ahora que la crisis ha puesto todas las infraestructuras en revisión, parece que el final de la A8 es como si fuese una grandiosidad más. Algo de lo que los asturianos pudiésemos prescindir. Nada más lejos de la realidad. La verdadera ignominia es que éramos la única comunidad del norte que no tenía sus comunicaciones Este-Oeste completadas. Es cierto que la actual ministra de Fomento, Ana Pastor, cumplió finalizando los seis tramos que faltaban al principio de su legislatura. Ahora bien, la inauguración del día 30 no deja de tener alguna dosis de amargura. A los asturianos se nos hurtó el progreso retrasando su finalización durante 20 años. La autovía que más retrasos acumuló en España y casi en el mundo. Recuerden que durante su construcción hubo cosas tan rocambolescas como la variante de Gijón: acabada y que estaba siendo expoliada por los ladrones. O como el anteriormente mencionado Unquera-Llanes: un tramo tan judicializado que ya no se sabía muy bien cuál era su situación. En la España donde se construyen aeropuertos sin aviones (Ciudad Real, La Virgen del Camino, Castellón, etcétera), o líneas de alta velocidad sin pasajeros (el AVE de Albacete); lo invertido en la autovía del Cantábrico no puede verse de la misma manera. Y si no que hubieran soportado los atascos de Soto del Barco, épicos durante el verano, o los cuellos de botella de Llanes en dirección Cantabria. No, no tenemos mucho que agradecer, porque, al fin y al cabo, era de justicia que nos finalizasen de una vez la A8. De haberla tenido hace un cuarto de siglo, quizás, y sólo quizás, en la actualidad estaríamos un poco mejor.

¿Y el AVE?
Cuando salgo de nuestro paraíso natural me quedo mirando como un bobo los trenes de alta velocidad. La última vez fue en la estación de Atocha (Madrid). Los veo como algo extraño, casi una nave espacial, mientras que para el resto de España son algo habitual. Han pasado ya 32 años desde que se inaugurase la primera línea en España: Sevilla-Madrid. ¿Era la más urgente o necesaria en aquellos momentos? Desde luego que no. Lo normal es que se hubiese realizado antes la conexión con Barcelona: las dos grandes ciudades españolas. Sin embargo, el gobernante es de donde nace y, por aquel tiempo, todo el gobierno de Felipe González era andaluz. Prefirieron dar pábulo a los fastos de la Expo 92 –en función de una supuesta deuda histórica con el territorio- a vertebrar de forma efectiva el ferrocarril español. Pero aquí volvemos a lo mismo: algunos ven el AVE a Asturias como un auténtico dispendio. ¡Cómo si hubiese alguna alternativa a el trazado de Pajares diseñado a finales del siglo XIX! En aquellos tiempos el viaje en tren a Madrid duraba 22 horas, en la actualidad casi 5. Si lo piensan bien tampoco hemos ganado tanto: el hombre está pensando en llegar a Marte, mientras que para hacer 500 kilómetros apenas hemos reducido el tiempo en una cuarta parte. El AVE, sin duda, no trae la felicidad pero ayuda. O dicho de forma: por favor, que nos dejen probarlo y luego ya juzgaremos. Que nos den de una vez lo que a los demás, según parece, les resulta superfluo.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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