Hubo una forma de gobernar Asturias durante los años noventa impune. Obscena en sus formas. Consistía en que un poder sindical omnímodo –abandero por el ex secretario general del SOMA, José Ángel Fernández Villa– hacía y deshacía a su antojo. En la comisión parlamentaria para investigar su presunta fortuna oculta, un ex presidente de HUNOSA, José Ramón Secades, llegó a preguntar: «¿quién puso un presidente del Principado que no fuese el que quería Villa?». Silencio sepulcral. Vale más callar que intentar refutar una gran verdad. Los comparecientes políticos –presidentes del Principado, consejeros, diputados y un largo etcétera- hicieron de monos sabios chinos: ni vieron, ni escucharon y, por supuesto, no hablaron. Más que nada, porque acabarían inculpándose a ellos mismos. Si de verdad hubieran visto algo ilegal en Villa, la pregunta no tardaría en surgir: entonces, ¿por qué no lo denunciaron en su momento? Mejor callar y hacer leña del árbol caído. Ahora Villa es el peor de los demonios, pero antes les manejaba a su antojo. Sin ningún pudor mandaba y ellos agachaban la cabeza. Sí, José Ángel, lo que usted diga. En el Parlamento sólo dijeron algo sus rebotados: aquéllos con quién quedó mal. Eso sí, sin aportar ni una sola prueba. Que si HUNOSA ponía 400.000 euros para la fiesta de Rodiezmo del SOMA, que si su jubilación por accidente laboral fue una farsa, que si esto y lo otro. Ahora bien, papeles, lo que se dice pruebas, sólo se aportó una: la actual presidenta de la hullera, María Teresa Mallada, cuantificó los cheques que Villa cobraba a su nombre y nunca llegaron al sindicato en 243.462,46 euros. Lo demás, puro chachachá. Palabrería que no se puede poner delante de un juez. Incluso el lenguaraz Antón Saavedra, enemigo íntimo de Fernández Villa, salpicó la sala de rumores pero nada concreto. Sólo voces y barullo. En definitiva, lo que ha rodeado siempre al personaje: una niebla densa que nunca nadie se atrevió –ni se atreve- a disipar. Un sistema, toda una estructura, que constituyó un gobierno dentro del gobierno del Principado. Eso sí, por lo visto, sin testigos ni documentos. A diferencia de las organizaciones mafiosas, donde la Justicia siempre busca al contable por ser la llave, aquí no parece haber registros. Se regularizaron ante Hacienda más de 1,7 de millones de euros, pero, según unos y otros, no salió de ninguna parte. Ni del Montepío de la Minería, ni de sus obras, ni de HUNOSA, ni de los propios fondos mineros. Caería, quizá, no sé, del cielo. Sin embargo, lo cierto es que un buen día Villa y su amigo Postigo aparecieron junto a su asesor fiscal con maletines llenos de dinero por las calles de Oviedo. Por cierto, ¿se ha llamado a testificar a este señor? ¿Qué puede saber quien les llevó de la mano a un banco?
El lenguaje minero de arranque.
-¿Ha visto a Villa?
-¿Si he visto a Villa? Es como si te pregunto si eres homosexual.
De esta sutil respuesta el periodista tenía que deducir que no, que José Antonio Postigo, ex presidente del Montepío de la Minería, no le había visto recientemente. Su lugarteniente salía así -con esta patochada- de la pregunta incómoda. Diciéndole al sorprendido interlocutor que él no entendía el lenguaje minero de arranque. Lo que si podemos entender, sin ser tan perspicaces ante los medios de comunicación, es que el Montepío de la Minería está siendo investigado por presuntas irregularidades. Le faltan 3,3 millones de euros por cobrar en subvenciones y el Instituto del Carbón se niega a entregarlas. Es más, hasta valora pedir los 28 millones que ya se gastaron. Todo ello, gracias a la gestión minera de arranque de su anterior presidente. Pues bien, la anécdota deja bien claro una cosa: los señores del carbón siguen igual. En su mundo no hay explicaciones, ni crítica alguna posible. Quieren seguir en el siglo XXI exactamente igual que lo hicieron durante el anterior: con total impunidad.