A mí, el debate sobre el estado de la Nación, se me ha vuelto anticuado. De repente, lo veo viejo y fuera de la realidad. Como si lo que pasase en la calle no tuviera nada que ver. Ese formato donde el partido gobernante y el principal de la oposición se reparten la tostada, sinceramente, creo que ya no funciona. En definitiva, no refleja los tiempos que estamos viviendo. Más que nada, porque como dos boxeadores sonados, tanto Mariano Rajoy como Pedro Sánchez, se dedicaron a lanzarse golpes para ver si alguno besaba la lona. Pero no, ni mucho menos dos políticos en apuros –que es lo que son, en realidad- pueden representar lo que las encuestas están reflejando a día de hoy: un cambio de ciclo. Digo más, hasta esa valoración tradicional de quién ganó se me ha hecho artificial. El debate pasó sin pena ni gloria y sólo quedaron las salidas de tono de un Rajoy que no acostumbra a ello. El vértigo electoral se ve en ambos partidos.
¿Qué le pasa al Presidente? En Mariano Rajoy noto cierto tono de arrogancia. Sus asesores le han dicho que, al final, cuando los españoles estén ante las urnas, les entrará un temor reverencial: o el PP o la nada. No querrán apostar, ni por un partido socialista desgastado, ni tampoco por revoluciones radicales como las que propugna Podemos. Por eso, se permite el lujo de despreciar directamente el liderazgo de Pedro Sánchez; faltar a Rosa Díez o seguir pensado que, como su sociólogo de cabecera sentenció, Podemos es un grupo de frikis sin recorrido. La economía a toda potencia piensa que será la salvación de un PP que, según las encuestas, en el mejor de los casos, pierde más de 3 millones de votos. Me recuerda un poco lo de la cigarra y la hormiga. Igual, cuando vea el resultado de las autonómicas y municipales, se pone las pilas.
¿Y a Pedro Sánchez qué le pasa? Pues que no tiene carisma. Ni más ni menos. Da igual que lo lleven a escalar montañas o salga en Sálvame con Jorge Javier Vázquez: tiene articular un discurso que cale en la sociedad. Díganme algo que se les haya quedado de cuanto ha dicho hasta ahora. ¿A qué no lo encuentran? Compárenlo con su rival político en Podemos. Pablo Iglesias tiene innumerables frases para la historia. Desde el ya reconocido término “casta”, hasta el famoso régimen del 78. Ahora, insisto, miren lo que dice cada día Sánchez: nada más que tópicos. Frases sobadas hasta la saciedad. Ni una nueva idea ni nada que se le parezca. Su equipo le procura que tenga siempre un micrófono delante, pero no le articula un discurso que genere ilusión en el electorado. Y por eso, el líder, tiene que hacer demostraciones de fuerza como en la candidatura de Madrid (“Operación Gabilondo”); o subir el tono en los debates para que se fijen en él. Si no sería, al igual que el agua, insípido. Muchos dentro del PSOE ven esto y por eso le mueven la silla. Esperan que Susana Díaz gané claramente en Andalucía para que, después, quizá tras la hecatombe, recoja las cenizas del socialismo.
Tic tac.
Y mientras tanto, los chicos de Podemos, a lo suyo: contraprogramando actos que para eso son expertos en comunicación política. El otro día, justo cuando el Parlamento estaba en ebullición, hicieron un mitin en Madrid. Lleno hasta la bandera: podrían haber incluso llenado dos teatros más. Reclaman, sin duda, su derecho virtual a participar en el debate. Ése que, de momento, no lo dan las urnas; pero sí las encuestas. Esta misma semana Pablo Iglesias fue entrevistado en un informativo de Telecinco. Máxima audiencia. Ni si quiera el debate sobre el Estado de la Nación lo superó. Podemos es el único grupo político capaz de montar una manifestación multitudinaria en Madrid, o desviar la atención mediática en mitad del debate más importante del año. Podemos reclama su sitio incluso antes de que se lo den los votos. Tic tac.