Hemos perdido una oportunidad de oro: la de revisar de una vez por todas la Asturias de los años noventa. Un periodo de nuestra historia, donde, sin ninguna duda, mandaba más el poder sindical que el político. Aquellos tiempos en los cuales un sindicato cualquiera –no digamos ya José Ángel Fernández Villa y su SOMA- era capaz de diseñar carreteras o condicionar en qué se debía invertir. Su poder era tal que, como se reconoció en la propia investigación parlamentaria sobre el origen de su fortuna oculta, no había presidente asturiano que no pasase por su tamiz. Sin embargo, en la susodicha comisión todo fueron olvidos. Como si Villa nunca hubiese existido. Los comparecientes parecían auténticos monos sabios chinos: ni vieron, ni escucharon; ni, por supuesto, hablaron. Más que nada, porque la amnesia colectiva sobre tan aciago periodo fue casi como un virus. Nadie aportó nada relevante, porque, entre otras cosas, existe todavía esa especie de omertá que rige en las Cuencas. Muchos piensan lo que decía Bernard Shaw: sí, Fernández Villa es un hijo de… pero es nuestro hijo de… O sea, que pesa más el agradecimiento por las fabulosas jubilaciones que consiguió al Estado; que el presunto enriquecimiento ilícito que practicó. Y por eso, la comisión parlamentaria presidida por UPyD fue un chasco. Un guirigay en toda regla donde los señores diputados no pudieron llegar a ningún tipo de conclusión. La espesa niebla lo invadió todo, ya que, como digo, el olvido de esos años fue la tónica general ante el Parlamento asturiano. Los 1,2 millones de euros regularizados debieron de caer del cielo. Eso, o creerse la chusca versión de una herencia imposible sobre el bar de Tuilla de sus padres. En otras palabras: no hubo un «garganta profunda». Una persona que diese el paso y mostrase el camino para saber cómo, dedicándose a ser cargo público durante tantos años, se puede acumular semejante fortuna lejos del fisco. En el caso Bárcenas, fíjense, fue presionar al tesorero y apareció la famosa «contabilidad B». Aquí nada. Ni un solo documento o prueba fehaciente que pudiera señalar algún tipo de irregularidad. Mucha declaración altisonante y golpe de pecho, pero nada más. Únicamente, si quieren, los 243.000 euros que aportó la presidenta de HUNOSA: el pago de dietas sindicales a José Ángel Fernández Villa que nunca llegó al SOMA. ¿Y se mostró escandalizado el sindicato por esta actitud, por descubrir que le estuvieron timando durante tanto tiempo? Qué va, la familia, siempre la familia, es lo realmente importante.
Inodora, incolora e insípida.
Así debe ser una comisión parlamentaria: como el agua. Cumplir estas tres condiciones a rajatabla para que sus señorías la den por buena. Inodora: no puede levantar ninguna sospecha sobre lo que se investiga. Incolora: nunca debe señalar directamente a ningún político. E insípida: sus conclusiones tienen que ser blandas, casi como aquello de «con flores a María». En resumidas cuentas: a Ignacio Prendes, diputado de UPyD, le llovieron las críticas porque no cumplió ninguna de esas tres cosas. Señaló, de manera equivocada o no, a culpables que están ejerciendo cargos y ahí no hubo piedad. Fueron a por él. Una revisión en toda regla de los más de 24.000 millones de euros que se gastaron el sucesivos planes de la minería no interesa. Eso es pasado y debe olvidarse. El destino de la lluvia de dinero público que regó las Cuencas para nada, tampoco parece importar. Lo malo de los pueblos que no revisan su historia, digo, es que están condenados a repetirla.