Sólo hemos tenido unas elecciones –ojo, que quedan tres más- y ya hay partidos con serios problemas. Me refiero, claro está, a UPyD. La formación magenta ha digerido muy mal el no conseguir ni un solo escaño en Andalucía. Es más, ha perdido 70.000 votos respecto a los últimos comicios. Si quieren, y visto desde la distancia, la campaña andaluza me pareció bastante chusca. Casi en tono cómico. Me refiero, por ejemplo, a ver como Rosa Díez limpiaba las verjas del Parlamento andaluz con un trapo, mientras daba mítines en la calle cual profeta en el desierto: sin apenas público. Pero, sin duda, el problema principal no estaba ahí, sino en que Ciudadanos, un partido más nuevo que ellos y del mismo corte, les ha comido la tostada por completo. Ha entrado en el Parlamento, ni más ni menos, que con nueve diputados. A Rosa Díez el pactar con esta fuerza siempre se le atragantó. Principalmente, por dos motivos. Primero, su hegemonía estaría en peligro al tener como competidor a Albert Rivera, presidente de Ciudadanos. Y segundo, los despreciaba. Directamente consideraba que estaban llenos de corrupción, cuando no que era un partido insignificante al lado del suyo. Digamos que Díez se sentó a la mesa de negociación –de mala gana y para justificar el no- con la intención de fagocitarlos. Que viniesen a su partido sin concesiones y como en una especie de rendición. El liderazgo de la presidenta es así: no admite más posturas que la suya. Quiere ser, como lo está demostrando, la timonel del barco aunque se acabe hundiendo. Aunque el futuro de UPyD se muestre más que negro ante los comicios municipales y autonómicos del 24M. Por todo ello, no me extraña que algunos dirigentes hayan dicho basta. Se han plantado dándose de baja en la dirección. UPyD, tal y como está diseñado por su lideresa, es una especie de gigante con pies de barro. Me refiero a que tiene (o tenía) muchos más simpatizantes que militantes, mucha más representación institucional que bases sólidas con las que trabajar. Un militante siempre vota al partido, pese a que esté pasando por un mal momento. Un simpatizante, en cambio, gira como el viento: ahora le gusta UPyD, ahora se va con Ciudadanos. Miren si no el caso del PSOE en Andalucía. Gana de nuevo -pese a que ya tenemos un nuevo escándalo de corrupción con las urnas aún calientes- debido principalmente al grado de fidelización en su voto. Al PSOE andaluz lo votan aunque sea tapándose la nariz. Sin embargo, esto no lo ha conseguido UPyD con su electorado. La fidelidad de sus votantes es ínfima. Yo diría que casi nula. Ha sido llegar algo nuevo y abrazarlo porque consideran que UPyD ya resulta vieja. Una especie de obsolescencia acelerada donde no se entiende el discurso ambiguo de Rosa Díez: por una lado proclama la regeneración en la política, pero, por otro, no se lo aplica a ella misma.
¿Y querrá ahora Ciudadanos pactar con ellos?
Pues me temo que no. Si el que llega a sacar nueve diputados en Andalucía es UPyD, ¿no se estaría acaso pidiendo la cabeza de Albert Rivera? ¿No hubiese significado casi el fin de Ciudadanos? Digamos que a nivel nacional tenían mucho más que perder que el partido magenta; pero como la apuesta les ha salido bien, no son ellos quienes tienen que cambiar. Digo más, pueden hacer lo del refrán chino y seguir tan tranquilos: sentarse a la puerta para ver el cadáver de su enemigo pasar. El goteo de gente que hará el trasvase de UPyD a Ciudadanos va a ser (es) casi como una hemorragia. Una sangría que no va a parar a no ser que, evidentemente, desde UPyD muevan ficha.
Nota: en la foto pueden ver a Ignacio Prendes, el diputado asturiano, presentado el acuerdo de legislatura con el PSOE en mayo del 2012. Un error más de estrategia de Rosa Díez. Al final, el acuerdo fue un chasco y ella lo impuso a toda costa.