Todo lo que rodea a José Ángel Fernández Villa es difuso. Envuelto en una niebla que no acaba de levantarse. En HUNOSA los cheques salían para pagar los gastos de los representantes sindicales y nunca llegaban al SOMA. Fernández Villa, supuestamente, cobraba las dietas de la empresa y éstas no alcanzaban su destino: la cuenta del sindicato. Así fue desde 1978 hasta 2001, año en el que la hullera decidió cambiar el sistema. Doy por seguro que todo el mundo lo sabía, sin embargo, la Omertà funcionó a la perfección. Si el jefe se lo quedaba, ¿quién le iba a poner el cascabel al gato? ¿Quién le iba a decir que eso era robar? Tuvo que ser ahora, justo después de que saltase el escándalo de su regularización fiscal por 1,2 millones de euros, cuando el SOMA ha presentado una querella por apropiación indebida. Si no, todo seguiría igual: envuelto en la borrina. Durante la comisión parlamentaria que investigó su presunta fortuna oculta, los comparecientes políticos hicieron de monos sabios chinos: ni vieron, ni escucharon nada y, por supuesto, no hablaron. Sólo dijeron algo sus rebotados: aquéllos con quien quedó mal. Eso sí, sin aportar ni una sola prueba. Que si HUNOSA ponía 400.000 euros para la fiesta de Rodiezmo, que si su jubilación por accidente laboral fue una farsa, que si esto y lo otro. Ahora bien, papeles, lo que se dice pruebas, sólo se presentó una: la actual presidenta de HUNOSA, María Teresa Mallada, cuantificó los cheques que Villa cobró a su nombre en 243.462,46 euros. Lo demás, puro chachachá. El Juzgado de Instrucción número 2 de Oviedo ha llamado a declarar al ex sindicalista como imputado. Se supone que su comparecencia es vital para aclarar el delito del que se le acusa. La defensa presentó un informe –ratificado por dos médicas forenses enviadas por la juez que instruye el caso- donde se dice que padece un deterioro cognitivo agudo. En cambio, un notario ovetense advirtió de que su capacidad era plena a la hora de firmar un poder en noviembre. Es más, para el fedatario público, el de Tuilla, era totalmente consciente de lo que se le acusa y su actitud no fue la de una persona con demencia. Sus allegados, siempre de forma anónima, llegaron a comentar «Cojeaba siempre cuando había alguna reunión importante, los que le conocíamos sabíamos que luego corría como un algo». Como ven, una densa nebulosa está invadiendo esta vez al juzgado. La figura de José Ángel Fernández Villa será objeto de revisión histórica. Quizá sepamos mucho más el día que no esté entre nosotros. Antes, sin duda, no.