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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Duro y amargo.

Así fue como el Estado Islámico reivindicó los atentados de Bruselas: «Lo que os espera será duro y amargo». Una amenaza más si no fuera porque, poco a poco, se va cumpliendo. Madrid, Londres, París y ahora la capital belga. Fue después de la masacre en la sala Bataclan cuando nos enteramos que, en mitad del corazón de Europa, había un barrio que era la zona cero del yihadismo: Molenbeek. De ahí partió el ataque a París e incluso hubo conexiones en su día con el 11-M español. Sin embargo, Bélgica parecía ajeno a esto. Salah Abdesalam era el terrorista más buscado del viejo continente. Fue el único que escapó con vida de los atentados de París en noviembre. Salió de Molenbeek para inmolarse y allí volvió cuando no lo consiguió. Burlando fronteras, controles y registros sin ningún pudor. La policía de media Europa estaba buscándole y, fíjense, fue detenido en su casa el pasado viernes. Es como si a Bin Laden lo hubiesen encontrado en La Meca –donde reside su familia- y no en un chalé búnker en Pakistán. Sorprendente, ¿no? El Gobierno belga, una vez descubierto con horror que tenía un problema serio dentro de sus fronteras, empezó a dar palos de ciego. Decretó niveles de alerta máximos –suspendiendo colegios, universidades y hasta partidos de fútbol- para luego levantarlos como si tal cosa. Cerró indiscriminadamente el transporte público creando alarma entre la población, mientras que unas leyes caducas impedían entrar en domicilios privados de 12 de la noche a 6 de la mañana. Es más, hasta los servicios de inteligencia franceses se atribuyeron la captura de Abdesalam. Según su versión, los belgas no tenían ninguna base de datos fiable de yihadistas. Todo ello, pese a  que más de 300 ciudadanos del país viajaron en los últimos tiempos a Siria o Irak para luego regresar. Eso, en un Estado que apenas sobrepasa los 11 millones de habitantes, da un índice de posibles terroristas muy alto. El mayor de los países europeos. Bélgica no estaba preparada para un golpe así y se demostró. Los autores del atentado fueron en taxi hasta el aeropuerto como si fueran de vacaciones. El taxista que los llevó incluso discutió con ellos: el equipaje que portaban, posiblemente relleno de bombas, no cogía en el maletero. Es muy probable que una barbarie de estas características no se pueda evitar. Ahora bien, está claro que se deben sacar conclusiones: Europa necesita unos mecanismos de defensa coordinados. Unos servicios de inteligencia, al estilo del FBI estadounidense, que traspasen fronteras.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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