Los partidos miran ya hacia una nueva convocatoria electoral sin ningún pudor. Sus gestos, mensajes y maneras apuntan directamente hacia ahí: al 26 de junio como fecha de unos nuevos comicios. Uno enciende la televisión y ve a Mariano Rajoy de campaña. Todos los fines de semana está dando un mitin. En el último, incluso anunció un punto de su programa electoral: propone jornadas de trabajo hasta las 18:00 horas y cambiar el huso horario del país. A Pablo Iglesias, en cambio, le van más los espacios de entrenamiento. Estos días se le pudo ver acompañando a los timbales, mientras una orquesta interpretaba la sintonía de su serie favorita: Juego de Tronos. Ciudadanos, por su parte, lo hace de forma más sutil y cambia de discurso sobre la marcha. Ahora estaría interesado en formar parte de un hipotético Gobierno del PSOE, eso sí, cumpliendo de forma estricta el documento firmado. Todo ello porque la estrategia, sin duda, es distanciarse lo más posible de Podemos. Que el votante de centro-derecha, al cual pretende seducir, ni por asomo crea que acercan posturas. Ante la reunión a tres bandas (PSOE, Ciudadanos y Podemos) que hoy va a tener lugar en el Congreso, las expectativas sobre un posible acuerdo son muy bajas. Más bien, nulas. Tal parece que sólo los socialistas están interesados en ello. Los demás, a lo suyo. Los tríos –trasládenlo al aspecto amoroso- nunca suelen salir bien. Si acaso, se busca dar una imagen de diálogo y no parecer el malo de la película. Puro marketing. El cambio de postura en todas las formaciones ante unas Generales resulta más que evidente. Hasta ahora, la posibilidad de una repetición del 20-D, poco menos que era visto como una tragedia: un nuevo fracaso de la clase política. Ya no. Se puede ir de nuevo a las urnas y eso es bueno. Lo dijo Albert Rivera: hay algo peor que unas nuevas elecciones, un mal Gobierno. Las encuestas que se publican casi a diario en los medios de comunicación también influyen. Todos las miran de reojo y hacen los cálculos necesarios para que no salir muy mal parados. La poca fe que había en la política de pactos se va esfumando. A todas luces, el tiempo corre y nadie quiere equivocarse. Saben que si toman una decisión contraria a sus intereses –si ceden, en una palabra- se lo puede hacer pagar el electorado. Lo mejor, quizá, que esto acabe cuanto antes.