No entiendo nada. Para mí, la política se ha vuelto densa como un cubo de aceite. Completamente opaca y sin ningún sentido. Pedro Sánchez dice ahora que va abrir una ronda de conversaciones con el resto de los partidos. Eso sí, según sus propias palabras «sin postularse como candidato». Entonces, pregunto, ¿para qué demonios los quiere ver? ¿Es que no sabe de sobra la postura de cada uno? Lo primero que ha hecho es una llamada a Mariano Rajoy, cordial pero con poca chicha. ¿Acaso piensa Sánchez que Rajoy le va a contar algo diferente a lo que ya sabe? Si Ciudadanos ha repetido hasta la saciedad que nunca negociará con Podemos (y viceversa), ¿qué Frankestein político quiere montar el secretario general del PSOE? ¿Cuál es realmente su estrategia –si es que la tiene- después de una segunda investidura fallida? Rajoy, por su parte, comete errores de bulto. Lo del ex ministro, José Manuel Soria, no era en sí una «puerta giratoria»; sino un auténtico portón. Tomar decisiones como si todavía tuviese mayoría absoluta y nada hubiese pasado en este país. Dicen que rectificar es de sabios, pero también denota torpeza. Inmerso como está en un proceso de negociación para sacar adelante su candidatura, a nadie se le ocurre nombrar a Soria para el Banco Mundial con los papeles de Panamá en el recuerdo. Menos mal, que era un acto administrativo y nada podía hacer el Gobierno ante eso. Ha sido descolgar el teléfono y ya renunció. Los pactos de Ciudadanos con ambos partidos –PSOE y PP, claro- duran un suspiro. Justo lo que tarda el Congreso en tumbar a los candidatos. Un minuto después, por lo visto, nada de lo firmado vale. Según parece, si hay otra investidura los de Albert Rivera volverán a negociar. A formar equipos, estar durante días sentados en una mesa, y proclamar un acuerdo que lo derribará un simple soplido. Tanto vaivén yo creo que descoloca a sus votantes. Hay que reconocerles que han sido los únicos en cambiar de postura, que intentan facilitar la gobernabilidad a toda costa; pero, ¿lo entenderá su electorado? El centro político -como le sucedió a UPyD- no suele estar bien pagado. Por otro lado, Podemos no acaba de salir de la depresión postelectoral. De la hiperactividad han pasado al ostracismo. De ser protagonista a actor de reparto. Pablo Iglesias reclama ese Gobierno del cambio con el PSOE, con la misma fe de un ateo. Sin mayor convicción. Iglesias no quiere quemarse en esta hoguera, porque entiende que habrá terceras elecciones y mejorará resultados. Es a lo que juega. En resumen: «Aquí corremos mucho para quedarnos siempre en el mismo sitio», que decía el conejo de Alicia en el País de las Maravillas. Pues eso…