Mariano Rajoy ha puesto en práctica lo que dijo Napoleón: «Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error». O dicho de otro modo: no interrumpió al PSOE cuando, su secretario general, Pedro Sánchez, llevó al partido a un callejón sin salida. A una división mayúscula como no la habíamos conocido antes. Imagínese lo que se habrían ahorrado los socialistas, si después del 26-J hubiesen decidido pasar directamente a la oposición. Sin enrocarse en el «no es no» como defendió hasta la muerte Sánchez, mientras soñaba con formar alianzas imposibles. ¡Cuánto calvario para nada! Para, al final, como se ha visto, acabar aceptando la formación de un Gobierno del PP, eso sí, ahora con un partido abierto en canal. En este sentido, el discurso de investidura de Rajoy fue conciliador con todos los grupos. Intentando restañar la herida de su principal rival político. Todo parece negociable: la educación, las pensiones o la financiación autonómica. La supervivencia de su Gobierno exige eso y mucho más. Parafraseando lo que decía Groucho Marx: este es mi programa, pero si no les gusta… Sin embargo, lo interesante no estuvo en la perorata de Rajoy, de tono similar a la que dio en junio, sino en los movimientos que se prevén en los demás. El PSOE está pendiente de ver cómo se materializa su división. El PSC ha dicho que votará «no» el sábado, pese a que el mandato del Comité Federal es imperativo. Expulsar a los diputados díscolos tiene un alto coste, no sólo puertas adentro, sino también en el día a día parlamentario. En número de escaños Unidos Podemos podría «sorpassar» al PSOE si manda a sus disidentes al Grupo Mixto. Difícil papeleta la que tiene por delante la gestora que preside Javier Fernández. No me gustaría estar en su piel. También es importante lo que va a suceder en la calle. La plataforma «Rodea al Congreso» -de clara inspiración morada- pretende armar bulla. Los diputados de Unidos Podemos quieren tener el don de la ubicuidad: estar fuera y dentro del Congreso a la vez. El primero, no lo duden, Alberto Garzón. El líder de IU está haciendo currículum para ser el número dos de Pablo Iglesias, pasando por encima de Iñigo Errejón. Se ha ofrecido a estar en dos sitios al mismo tiempo –en la protesta y su escaño- sin que le parezca incompatible. En cualquier caso, eso de las dos almas de Podemos está más claro que nunca. Existe la facción dura de Iglesias y otra mucho más moderada con Errejón. Los primeros apoyan a quienes van a combatir un «Gobierno ilegítimo de un régimen ilegítimo», pero los segundos callan. La división también va por barrios.