Ahora se llevan las manos a la cabeza. Están escandalizados ante las informaciones que aparecen, se rasgan las vestiduras y se dan golpes en el pecho. Dicen al unísono sin reparos: ¡qué sinvergüenzas! Sin embargo, la vieja Asturias era así y lo sabían de sobra. Un lugar donde los sindicatos mandaban sobre la política. Uno donde se elegían a políticos en las urnas y eran utilizados como correa de transmisión de las centrales sindicales. Ponían y quitaban diputados, presidentes asturianos o directores de la antigua caja de ahorros. Nuestro paraíso natural estaba poblado de monos chinos, ya saben, esos que ni ven, ni escuchan, ni hablan. A tenor de las investigaciones de la Unidad Central Operativa de la Guardia (UCO) por la «Operación Hulla», el «modus operandi» de los señores del carbón era obsceno. Tosco a más no poder. Presuntamente se citaban en un bar para repartirse la mordida correspondiente, colocaban a sus familiares sin ningún pudor y no utilizaban ni siquiera tarjetas de crédito. ¿Para qué? Según la OCU habrían acumulado, sólo con los negocios de José Ángel Fernández Villa y José Antonio Postigo, en torno a los 2,3 millones de euros en efectivo. Dinero que utilizaban –o distribuían entre la familia- para gastos corrientes en su vida diaria. «Happy life» total hasta que… llegó la amnistía fiscal del año 2012. Entonces comenzó su perdición. Su ex asesor fiscal les aconsejó que se acogieran (que no pasa nada) y cayeron en el pozo más profundo. Porque de no ser por este tremendo error, no lo duden, hubieran seguido exactamente igual. Disfrutando de una cómoda jubilación y comprando a mansalva con moneda negra. Vuelvo a insistir. Nadie vio nada, nadie escuchó nada, nadie dijo nada. Pese a que los chanchullos estaban a la vista, no hay ni un solo testigo directo. Aquí no esperen a ningún Émile Zola escribiendo un «Yo acuso». Ni a alguien que aporte una sola prueba fehaciente. Todo esto se supo gracias a que la UCO comenzó a investigar la fortuna oculta de los señores del carbón. Ni siquiera el Montepío de la Minera –a quien presuntamente estafaron con saña- había puesto previamente una denuncia por tan ruinosa gestión. Por lo visto, resultaba completamente normal lo que estaba sucediendo. La vieja Asturias, ay, era descarada. Se creía vacunada y completamente inmune. Sacaba billetes de 500 euros para pagar un agua mineral y todo el mundo miraba hacia otro lado. Esto pudo pasar, claro, con la convivencia de una sociedad que les volvía a dar el poder una y otra vez. «No hay mayor ciego que el que no quiere ver», dice el refrán. Fiel reflejo, sin duda, de esta parte de nuestra historia más reciente.