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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Nunca más.

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¿Es Gijón un lugar violento o peligroso? Sin lugar a dudas, no. Se puede pasear o salir de copas con toda tranquilidad. Hay incidentes aislados –excesos etílicos, desmanes o vandalismo- como en cualquier otra ciudad. Ahora bien, podemos decir sin temor a equivocarnos que este trozo de paraíso natural es completamente pacífico. Los hechos acontecidos en la madrugada del pasado viernes en Marqués de San Esteban –ya saben, la brutal agresión sufrida por un joven que lo mantiene en coma- han generado honda preocupación en la sociedad. Un grupo, que al parecer se hace denominar «la manada», actúa de esa forma violenta de manera repetida. Esto es, buscan a sus víctimas –por lo general, chavales de su misma edad o similar- y se dedican a aporrearlos hasta cansarse. El alcohol ingerido y probablemente algo más hacen efecto. Resultado: esta vez, utilizaron una baldosa de una calle en obras para mandar a un chico de 24 años al hospital. Mañana, de seguir este tipo de violencia creciendo, puede que tengamos que lamentarnos por quizá algo peor. Soy de los que se levantan pronto. O sea, casi cuando amanece salgo a hacer un poco de deporte. Es cuando me encuentro a lo que yo llamo derrelictos: restos humanos que el mar profundo y oscuro de la noche va dejando por ahí. Los veo con los ojos como platos, el pulso acelerado y siguiendo todavía la fiesta apenas a unos metros del local correspondiente. A veces su actitud es desafiante, en demasiadas ocasiones metiéndose con quién pasa a su lado. Especialmente sucede esto en Poniente: lugar habitual y de moda del ocio nocturno desde hace años. Para nada, bien es cierto, resulta habitual la violencia en esta zona, sin embargo, ocurre. En determinadas condiciones basta una simple chispa para que se produzca un incendio. Hoy le ha tocado a Germán –un muchacho que salió simplemente a pasárselo bien- pero mañana le puede suceder a otro. De hecho, desde el trágico suceso se han dado a conocer más casos. Hubo agresiones gratuitas que, en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera fueron denunciadas. El modus operandi siempre es el mismo: un grupo la emprende contra otro –lo espera, lo incita, lo acorrala- sin venir a cuento. Es probablemente el lado más salvaje de nuestra ciudad. El que a nadie le gusta que exista. En verano –debido a la aglomeración de gente y fiestas- es cuando se vuelve más virulento. Los mastuerzos campan a sus anchas armando todo tipo de desaguisados. Aunque Gijón, insisto, en absoluto es un lugar peligroso, no conviene olvidar que esta delincuencia también nos afecta. Hay que perseguirla con dureza para que esto no vuelva a suceder nunca más.

 

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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