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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Una auténtica liberación.

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Un soplido, eso es lo que le ha bastado al Estado para desmontar a esa todopoderosa república catalana, que el procés decía haber construido. Proclamada el viernes 27 de octubre, en una sesión parlamentaria delirante con voto secreto incluido, ya sospechábamos al día siguiente que algo iba mal. No había ni grandes manifestaciones en la calle, ni disturbios, ni siquiera resistencia civil. Lo opuesto a los pronósticos de quienes se mostraban reacios a la aplicación del artículo 155 de la Constitución. El presidente de esta república fantasma, Carles Puigdemont, se había ido corriendo a Girona. Sí, a las fiestas de su ciudad para dejarse ver en un restaurante. No sé, imagínense que el día de la independencia, un mandatario cualquiera, se va de excursión por la montaña. Alucinante, ¿no? Pues bien, por si fuera poco, ese personaje grotesco en que se ha convertido Puigdemont, el primer lunes de la república soberana se marcha por la frontera. A escondidas y de tapadillo coge un avión en Marsella, llega a Bruselas y monta una surrealista rueda de prensa. En ella, dice que en España no hay garantías para él -«déficit democrático» lo llama- y que volverá cuando las tenga. Asimismo, se lleva consigo lo que le queda de su Govern –siete ex consejeros de los cuales dos han vuelto a Barcelona- y empieza a mover tropas imaginarias, igual que Hitler en sus últimos días en el búnker de Berlín. Asegura que representa a una Generalitat en el exilio y pide a los funcionarios que resistan, que cuiden de las instituciones catalanas para que no sean demolidas. Los mismos funcionarios que, tranquila y pacíficamente, se han puesto a las órdenes del Gobierno central sin mayores problemas. Ya ven, el esperpento y la imagen del nacionalismo catalán no puede haber caído más bajo. Ahora mismo, lo único que tienen para agarrarse y no ser un ejército en desbandada son las elecciones. Esas que, según los apóstoles en contra del 155, quedarían deslegitimadas porque no se iban a presentar. Ni lo han dudado. Un partido como Esquerra, por ejemplo, jamás podría soportar estar fuera de las instituciones. Por motivos económicos –hace mucho frío fuera del Parlament- y porque, además, seguramente, va a ser quien las gane. Hasta la reaccionaria CUP ni se plantea faltar a la cita. ¡Qué poco hemos confiado en la fuerza de nuestro Estado de Derecho! ¡Cuán sobrevalorado hemos tenido al independentismo! Repito: no ha hecho falta ni fuerzas de seguridad ni nada parecido. Simplemente, la mayoría de catalanes han acogido la aplicación de la Constitución como una auténtica liberación. La llegada de una vacuna para restañar las heridas causadas durante años por el secesionismo. Esas que sangran –cerca de 1.900 empresas se han ido ya- y que de verdad preocupan.

 

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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