Las despedidas de soltero son un desmadre. Eso sólo hay que verlo. Cuando uno se topa con un grupo de individudos/as vestidos todos iguales de forma llamativa y armando bulla, cuidado, ya estamos ante esa suerte de locura moderna en la que se han convertido. El caso es que esta ciudad sufre demasiadas. En una especie de industria del desparrame, unas diez empresas se dedican a este tipo de negocio. Ojo, que nada se tiene contra las mismas siempre y cuando -he ahí el problema- sus clientes respeten las normas básicas de convivencia. Este fin de semana un pardillo fue encadenado a un semáforo en la calle Marqués de San Esteban. Por supuesto, los amigotes se encontraban dentro de un local de copas, mientras, al capullo, lo habían aparcado allí vestido de manera estrafalaria. En junio la cosa fue aún peor: semidesnudo -con un mínimo tanga- dejaron en la calle Decano Prendes Pando al que se despedía de la soltería colgándolo de un árbol. Hace varios veranos recuerdo como al tonto del culo de turno, lo esposaron en el Muelle a una farola y tiraron las llaves al agua. En resumen, que mucha gente viene aquí -y otros lugares, también para su desgracia- a hacer lo que no se atrevería en sus respectivas ciudades. Montando jaleo a mansalva -una cama fue arrojada por la ventana de un céntrico hotel gijonés a primeros de julio- porque así se entiende ahora que hay que entrar en el matrimonio.
La cosa es tan exagerada que hasta 130 grupos de novios y novias se juntan a lo largo de estos meses. Según parece, Gijón es el destino de moda para las despedidas de soltero. Lo que más mola a la hora de colgar barrabasadas en las redes sociales. Moviliza a gente de todo el norte (Galicia, Cantabria o País Vasco) y comparte tan dudoso honor con León. Urbe que a su vez también las padece a conciencia. Este turismo, para mí, completamente indeseable, deja sobre 250.000 euros cada fin de semana, aseguran los profesionales del sector. Ahora bien, las molestias, altercados y escenas de mal gusto están a la orden del día. Los modos y maneras en que se conduce este tipo de fiesta en nuestros tiempos, deberían de ser analizados por la psicología. Las bromas a las que someten al que se va a casar, en fin, de lo peor. Ya verán cómo a alguno se le va mano y tenemos una desgracia. Me recuerdan estas despedidas actuales al chiste de Gila sobre unos bromistas de pueblo. Se lo cuento. Cogieron a un mozo y lo electrocutaron. Muertos de la risa al verlo achicharrar, se lo fueron a contar al padre. «Oiga», le dijeron, «usted ha perdido a un hijo pero… no vea cómo nos lo hemos pasado». Pues eso, que como la cosa siga de esta manera, ya veremos qué nueva barbaridad nos espera.
@balbuenajm