En septiembre del año pasado la compañía Enagás, propietaria de la regasificadora de El Musel, iniciaba los trámites para su puesta en marcha. Trataba con ello de dar sentido a una inversión de 380 millones de euros y que lleva parada desde octubre de 2012, fecha en la que terminó su construcción. Principalmente, esta travesía del desierto se debió a dos motivos: primero, porque se había dejado en «periodo de hibernación» al no tener suficiente demanda y segundo, por los procesos judiciales que exigían incluso su demolición. Esto último, resuelto finalmente en 2017 al dictaminar el Tribunal Superior de Justicia de Madrid que no cabía el derribo de la planta.
En aquel tiempo, es decir, va para seis meses, todos nos congratulamos de que uno de nuestros zombis, ya saben, infraestructuras que andan por Gijón como alma en pena, volviese a la vida. Es más, se decía que su aportación era muy importante debido al «LNGbunkerin», o sea, una especie de estación de repostaje para los buques que utilizan el gas como combustible. De hecho, gran parte de la estrategia de El Musel para diversificar sus tráficos venía por ahí: convertirse en una referencia mundial para este tipo de barcos menos contaminantes. Sin embargo, como digo, llevamos siete años con la regasificadora parada y sin visos de que se ponga en marcha de manera inminente. Laureano Lourido, presidente de la Autoridad Portuaria de Gijón, cifra en dos millones de toneladas la pérdida de tráficos por la política de descarbonización del Gobierno. Eso, claro, se pretende compensar con la entrada en funcionamiento de la planta gasística. Ahora bien, como esta transición no acaba de llegar los resultados son malos. En 2018, El Musel cayó en el ranking nacional de puertos al haber perdido casi el 10% de sus tráficos. Sigue siendo el líder nacional en graneles sólidos, pero su importancia dentro de Puertos del Estado ha bajado hasta el décimo puesto. Incluso Castellón superó a la dársena gijonesa.
La vuelta de la autopista del mar -la misma que se abandonó en septiembre de 2014- también está supeditada al uso de este combustible. Balearia, la naviera que pretende reabrir la conexión, quiere empezar a operar en 2020 y para ello ha obtenido una cuantiosa subvención europea. Con ella, va a transformar los motores de sus barcos para que utilicen el gas natural licuado (GNL). Pregunto, ¿no es acaso un contrasentido que el ferry no pueda repostar en un puerto que tiene las instalaciones para ello? Si el futuro de El Musel va a girar en torno al GNL, ¿a qué se espera para poner en marcha la regasificadora? ¿Quizá a que haya otra más a nivel nacional -sería la séptima- y que de nuevo no tenga hueco? ¿Cuánto vamos a tener que esperar para ver que sirve para algo más que visitas de escolares?
@balbuenajm