La sangría demográfica que vivimos proporciona datos curiosos. Hace poco se podía leer en estas mismas páginas que el número de perros censados en Asturias supera al de bebés, niños y adolescentes juntos. Esto es, hay sobre unos 163.600 canes, mientras que el año pasado, sólo nacieron en nuestro paraíso natural 5.785 niños. Por cierto, la cifra más baja de la historia. Las razones de este boom por los perros tienen mucha enjundia. Entre ellas, la cantidad de personas que viven solas y encuentran en su mascota la mejor de las compañías. No es casualidad que una sociedad envejecida -donde el número de mayores de 65 años representa casi un tercio de la población- combata la soledad de esta manera. Las estadísticas en este sentido son claras. Sobre un 40% de los asturianos viven sin compañía alguna. A esto tenemos que sumar, como digo, que cada vez somos menos. En 2018 las alarmas demográficas saltaron por completo. Hubo una tasa de natalidad negativa, diferencia entre fallecidos y nacimientos, de 7.512 habitantes. El peor registro desde la postguerra. A este paso, nuestras ciudades tendrán más parques adaptados para los perros que zonas de juegos con niños. O más clínicas veterinarias que guarderías. O más tiendas de animales que de ropa infantil. Y así sucesivamente…
¿Es esto algo bueno? Desde luego que no. Una sociedad que no se renueva genera un declive económico claro y mayor despoblación. Se venderán menos pisos, coches o productos relacionados con la tecnología. Es decir, el consumo en general se resentirá. En cambio, veremos más geriátricos, servicios de atención a la tercera edad y venta de viajes a Benidorm. O sea, justo lo que demanda la mayor parte de una sociedad avejentada.
Seamos realistas: la única manera de que estos registros tan negativos mejoren es a través de la inmigración. Que vengan a trabajar aquí -como sucedió en los años sesenta con la implantación de la siderurgia, minería o naval- y generen la masa social necesaria para recuperarnos. Ahora bien, los datos en este sentido son también malos. Pese a que en 2018 se vivió un ligero incremento (3,1%), somos la tercera autonomía de España que menos extranjeros tiene. No tenemos capacidad de atraer población por una sencilla razón: carecemos de un mercado de trabajo dinámico. Aquí es mucho más difícil encontrar un empleo que en otras comunidades. De hecho, el fenómeno de la emigración juvenil, por esa falta de oportunidades, es el pan nuestro de cada día. Que levante la mano el no lo tiene en su familia o conoce algún caso. Combatir esta decadencia exige respuestas rápidas ya que cambiar los ciclos demográficos es lento. Hace dieciocho meses el Gobierno asturiano presentó un «Plan demográfico del Principado de Asturias 2017-2027». Sin embargo, en la actualidad, todavía sigue dándosele vueltas. No digo más.
@balbuenajm