A todos nos sorprendió la rapidez con la que Unidas Podemos y el PSOE han firmado un preacuerdo de gobierno. Algo que durante seis meses fueron incapaces de llevar a cabo. De hecho, si estuvimos votando el domingo fue precisamente por eso: las desavenencias entre los dos partidos eran notables. Recordemos que incluso los socialistas llegaron a vetar que Pablo Iglesias formase parte de su ejecutivo. Digo más, las palabras gruesas que se dirigieron fueron considerables. No se podían ver ni en pintura -fíjense que Pedro Sánchez llegó a decir que no podría dormir con Iglesias sentado en el Consejo de Ministros- mientras que el pasado martes pareció suceder todo lo contrario. O sea, se había producido una especie de reconciliación amistosa (casi amorosa) entre los dos, una vez visto el resultado de las urnas. Por cierto, en ningún caso favorables puesto que bajaron en número de escaños.
El documento tan celebrado no es nada. Un listado con diez puntos llenos de vaguedades con las que es difícil no estar de acuerdo. ¿Acaso se puede estar en contra de la lucha contra el cambio climático? ¿O fortalecer a las pequeñas y medianas empresas, junto con impulsar la reindustrialización? Entonces, si este principio de acuerdo no tiene en absoluto chicha y todavía hay que matizarlo mucho más, ¿a qué vienen tan efusivas celebraciones? ¿a qué ese abrazo tan sentido entre Sánchez e Iglesias cuando antes ni se cogían el teléfono? Pura comedia. Marketing para escenificar la creación de un gobierno sólido que nunca lo será. Si había diferencias irreconciliables entre ambos hasta el 10 de noviembre, bastará unos cuantos meses para ver que siguen igual. Sin embargo, de lo que se habla es de este preacuerdo y no de la digestión electoral. Nada se dice de que la estrategia de Pedro Sánchez -eliminar a Iglesias del panorama político a través de la creación del partido de Iñigo Errejón, Más País- salió rotundamente mal. Ni tampoco nadie le mueve la silla al líder de la formación morada, pese a que sigue bajando en diputados tras cada convocatoria a las urnas. En definitiva, todo atisbo de crítica queda olvidada ante las grandes palabras desplegadas (progresismo, desbloqueo, etcétera) en el pacto.
Dicen los dirigentes socialistas que este acuerdo exprés para frenar el ascenso de la ultraderecha. Ahora bien, lo cierto es que el resultado de Vox, con ser espectacular, en ningún caso le aproxima a ningún tipo de gobierno. Los escaños de una hipotética derecha frente a los de izquierda siguen siendo menores. No hay ninguna posibilidad de que se produzca un vuelco. Eso sí, lo innegable es que nadie quiere la tercera convocatoria electoral. A todas luces, sería un suicidio en toda regla para la mayoría de los partidos. Miren si no lo que sucedió con Ciudadanos por no haber aceptado un acuerdo con el PSOE. El miedo a otras elecciones también esta presente.
@balbuenajm