Casi se nos ha olvidado que el domingo 10 de noviembre fuimos a las urnas. Más que nada, porque la situación política parece calcada a la que había antes de las elecciones. Dicho en otras palabras: no sirvieron para nada. Continuamos con un juego de posibles pactos de cara a la investidura, pero sin tener todavía nada claro. Es más, tal parece que Pedro Sánchez cada día se encuentra aún más metido en un laberinto del que no se sabe cómo va a salir. Así, sólo cuarenta ocho horas después de aquel domingo, Sánchez se apresuró a darle un abrazo a Pablo Iglesias en función de un acuerdo de gobierno. Todos nos quedamos de piedra al constatar que el 10N había sido una treta: unas elecciones convocadas exprofeso para conseguir algún escaño más y que no consiguió. Si ese acuerdo resultó tan fácil después de la noche electoral, nos preguntamos, ¿por qué no se hizo antes? Sin embargo, a ese pacto exprés entre PSOE y Unidas Podemos le faltaba algo. Vamos, que no sumaba de cara a formar una mayoría en el Congreso. De nuevo, el presidente en funciones tenía que recurrir a los independentistas si quería ser investido.
El producto que vende el independentismo catalán es tóxico. Quienes osan a comprarlo suelen acabar muy mal. De hecho, el propio Pedro Sánchez lo debería saber cuando le intentaron colar un relator en una hipotética mesa de negociación. Ya saben, la figura de una especie de mediador internacional que oficializaba un conflicto ante el mundo. Ahora, según parece, fía todo su futuro al apoyo de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC). Pasa de Puigdemont y Torra al considerarlos extremistas, para centrarse en ERC como fuerza moderada del separatismo. ¡Qué ironía! A quienes considerábamos radicales hasta hace poco, ahora parecen incluso razonables. En ERC dicen que no van a apoyarle, sino es a cambio de sentarse a negociar. Además, claro, de un indulto a los políticos encarcelados por la sentencia del «procés». Condiciones ambas que resultan de difícil cumplimiento para cualquier gobierno. Si Sánchez no acepta estas condiciones volveremos a escuchar el runrún de nuevas elecciones y si lo hace, aún peor. El sapo es tan grande que incluso produciría un terremoto dentro de las propias filas socialistas. He aquí, pues, la dicotomía en la que se encuentra. Otra vez vuelve a estar en manos de quien no quería y encima más debilitado que nunca.
Por otra parte, llama la atención que el PP se ponga de lado. Si es un partido de Estado, como reitera su presidente, Pablo Casado, no se puede inhibir ante la delicada situación que atraviesa la gobernabilidad de España. El discurso no puede ser que los socialistas se ahoguen en su propio charco. Antes de depender de un independentismo montaraz, Casado debería de valorar una abstención en la sesión de investidura. Sería lo mejor para el país, aunque, sin duda, tenga un precio.
@balbuenajm