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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Nada es normal.

La velocidad con la que se propaga el coronavirus sorprende y nadie es inmune a sus consecuencias. A los gobiernos les está cogiendo con el pie cambiado, mientras sume a la gente en un alto grado de histeria. Por mucho que se hagan llamadas a la calma y tranquilidad, no hay nada normal en la situación que estamos viviendo. Fíjense que en nuestro paraíso natural, en apenas 24 horas, se han duplicado el número de contagios. El Ejecutivo asturiano, en principio, cerró un colegio de Oviedo, al considerarlo el principal foco de infección. Sin embargo, a las pocas horas tuvo que hacerlo con cinco más. Seguramente, en el momento que lean esto, esa cifra será aún mayor. Los acontecimientos se precipitan a velocidades de vértigo y es como si nadie los pudiese controlar. Incluso nuestro presidente, Pedro Sánchez, tuvo que cambiar ese discurso sedante y reconfortante que imperaba hasta el momento: «En España la situación no es tan grave». En absoluto nos sorprende ya que se suspendan toda clase de eventos, se recomiende a los ciudadanos no salir de casa o que el poder legislativo (el Parlamento) se cierre. Cada día estamos viendo como las fases de la epidemia se reproducen ce por be al igual que otros países. El mensaje (y las medidas) de nuestras autoridades, a la fuerza, tienen que cambiar.

De hecho, esa histeria de la que antes hablaba nos invade. Veo que en mi supermercado habitual -uno cualquiera de barrio- empiezan a estar las estanterías vacías. Me sorprende como la gente hace acopio de papel higiénico y leche. De lo segundo, la verdad, todavía lo puedo entender. Ahora bien, ¿para qué demonios quieren acumular tanto papel? El número de salidas a la calle se ha limitado muchísimo. No es ya que los centros de mayores estén vacíos, sino que también las cafeterías o bares padecen una merma de clientes. Por no hablar de los viajes que están siendo cancelados o retrasadas las decisiones de compra. A mí, en particular, me está asustando más las consecuencias del coronavirus que la propia enfermedad en sí. Me resulta sorprendente que alguien te niegue el saludo con la mano, algo que hasta tres veces me ha pasado en lo que va de semana. O que un cura durante la misa acabe diciendo: «Daros fraternalmente el codo». Gesto, por cierto, estúpido y ridículo que nos convierte en personajes casi circenses. En fin, desde que estalló la crisis del coronavirus nada es normal.

@balbuenajm

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


marzo 2020
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