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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Chivatos.

Esto nos está cambiando por dentro mucho más de lo que pensamos. Las relaciones sociales después de esta pandemia, sin duda, serán diferentes. La cuestión ya no es que en un futuro ni nos demos la mano o un abrazo. O que en las actividades multitudinarias, cuando se puedan hacer, la distancia entre cada uno de nosotros sea inmensa e inviolable. Tampoco que apenas nos paremos por la calle a hablar o que a determinadas personas -los presuntos grupos de riesgo- los tratemos como a apestados, huyendo de ellos y señalándolos con el dedo para que estén bien lejos. Vean si no en lo que está ocurriendo con los sanitarios o trabajadores que tienen contacto con el público. Hemos pasado de alabarlos y aplaudirlos a que alguno no quiera ni que vivan en su edificio. Imagínense lo que sucederá si, como se está barajando, los positivos en coronavirus son identificados mediante el móvil. Es decir, una aplicación te va a indicar si estás al lado de una persona portadora. Seguro que más de uno saldrá corriendo.

La cuestión, como digo, no es que la vida social tal y como la conocíamos cambiará mucho, sino que nos hemos convertido en unos chivatos. La mayoría de las denuncias por saltarse el confinamiento vienen de los vecinos. En el antiguo mundo nos quejábamos de que las ciudades estaban llenas de cámaras. De tráfico, seguridad o particulares que constantemente nos vigilan. Ahora la situación es mucho peor. Miles de ojos desde la ventana, tras de la puerta o detrás del visillo te controlan cada día. Miles de orejas se afanan en escuchar un movimiento que sucede en la calle o en el piso colindante. Miren lo que le ha pasado a todo un expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy. De forma incorrecta salió a andar y a sus vecinos les faltó tiempo para grabarlo, subiéndolo posteriormente a las redes sociales para escarnio público. Pero es que, en ciertos casos, esa especie de tribunal de la inquisición popular es injusto. Muchos niños y niñas, por ejemplo, los autistas, tienen que salir debido a sus condiciones especiales. Sin embargo, de forma constante son víctimas de insultos y acoso desde las ventanas. Ni les preguntan por qué están allí, puesto que el pueblo da por hecho que están cometiendo algo ilegal e insolidario. Incluso esto es fomentado por nuestros gobernantes. En esta pasada Semana Santa, se incentivó que se denunciase si alguien aparecía por su segunda residencia. Este confinamiento, en fin, nos está volviendo locos.

@balbuenajm

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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